domingo, 1 de marzo de 2020

Buenos Aires, 1 de marzo, 2020 (Tris)

Lloro porque temo, lloro porque leo sobre la infancia de un desconocido en un colegio de mierda, lloro porque la noche es caliente y oscura y no hay descanso, lloro porque tengo de fondo a Nino Rota, lloro porque es fácil sentirse italiano si sos argentino: llorar no es dificil, en especial cuando se ha ganado tanta sabiduria y cuando se ha encontrado que un mundo de experiencias en un mundo que ama el oro no vale nada. Pero mas que todo lloro porquye si me duele tengo derecho y porque además, así puedo anular al asesino imperfecto que hay en mí. Lloro porque soy música, y porque vivo en Buenos Aires, Buenos Aires siempre fue un buen lugar para quien pueda abrir sus puertas aranceladas. No es mi caso. Camino cerca de claustros donde hoy reposan en culo los rubios que toman cerveza mala y cara y hablan demasiado alto sobre temas de guisa demasiado flaca. Cuando deje de llorar, en mas o menos 10 años o menos, te voy a avisar para que me vengas a buscar a casa. Nos va a tocar beber a nosotros, tal vez tenga yo puesta una camisa muy fina de manga corta, un buzo negro prestado por un rufián, los brazos mas delgados y las manos mas limpias, me seguiré comiendo las uñas y tal vez vos ya hayas perdido tu belleza y tus ganas de haber sido bella alguna vez. Nos vamos a entender muy bien, incluso si vos no llegás a venir nunca, mi aliento va a ser el tuyo, y este perro te mascullará en pobres remedos de algunas exhalaciones sibilantesy yo me moriré de miedo como siempre, y vos tan impávida, buscando alguna tela para cortar donde ya no la hay, como yo busco pelo en mi cabeza, que ya no lo habrá. las calles serán brillantes y sucias y la gente aun seguirá escupiendo en ellas, un chicle por cada bollo dado a la cara, por cada espete paternal. Nos acordaremos de como haciamos las cosas que nos decian que no teniamos que hacer e hicimos, con miedo pero con el honor de personas con solo dos decadas en los homóplatos, la estupidez de nuestra ignorancia, y ahora, quemados en la cara, llenos de cicatrices, de deudas morales, de deudas economicas, con la espalda hecha un queso por levantar las boletas de luz de abajo de la puerta. Sabremos que fuimos medianamente buenos, que nos partimos el lomo, que los animales nos despiden desde el muelle agitando palmas y pañuelos con grandes muecas babosas, mientras nos alejamos desde el rio de la plata hacia el final mar eterno de fuego, con tatuajes en nuestros brazos y los callos en las yemas de los dedos y una sola canción monocorde, el recuerdo del sabor de los dulces infantiles en la boca, los puloveres de lana de los inviernos, atosigándonos y comprimiendo nuestros pequeños cuerpos, el siseo de una hornalla en la cocina secando las zapatillas que cuelgan de la ventana del patio, y la abuela duemre, o tal vez tu abuelo dormía, y todo lo santo se arrebujaba como una corona de flores silvestres al testamento que alguna vez, hecho marco y foto, pusimos al lado de las bolitas de naftalina adentro de un cajon que nunca abrimos, que nunca abrimos porque hay ciertas cosas que no se hacen.

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