martes, 3 de septiembre de 2013

ALAS DE CERA



Nada para salvaguardar la vida en prision como la libertad.
Estaba bueno guardar silencio entre los grandes, los gordos. A Barrionuevo lo habian enganchado con la mala de los medicamentos truchos en el sanatorio de Santa Cecilia, donde muriò un tio mio que habia entrado con una infecciòn de oìdo y saliò con los pies para adelante en cuarenta y ocho horas. Cosas de la medicina. Mucho no me llevaba, con èl, pero a Barrionuevo lo tenian en la vip viendo el History Channel por nueve años mas. Se cortaba las uñas cada quince dias. Los sàbados venian los hijos y le pasaban el lexotanil y el shampoo anticaspa. Yo no lo espiaba mucho despues de bañarse. Me daban arcadas de solo oler ese shampoo y escuchar esos clics, cloc, clic, y el sonido casi imperceptible y agudo de la uña cayendo contra el suelo de ceràmica de la celda. A Timoretti, a diferencia mia, no le irritaban los cortes de uñas. Hablaban demasiado los tres, junto con el turco Emilìas, medio en joda, medio en serio, de como un comando de ataque producto del esfuezo mancomunado y conjunto de sus fuerzas delicitvas, mas un habil abogado con la nariz triturada de nieve, los sacarian volando en un periquete del penal de Rawson. Yo no entendìa ni entiendo por què, hàbiles coronados popes como ellos podrian no quererse en compania tan soberanamente augusta. Si, los inviernos eran grises como en cualquier otro hogar que se precie de tal. Pero los partidos de ping pong en la sala de juegos y recreaciòn eran impagables. Pelotitas volando sanamente por todos lados. Timoretti y el Turco se desgañitaban afanàndose tanto a tanto la preferencia de musica en la rockola por el resto del dia. Mi que decir que Emilìas, que habia pasado media tonelada de las mas pura hasta el aeròdromo militar de El Plumerillo desde Bolivia, o casi, al Turco se le daba por meter de sopetòn cedès de Nicola Di bari  adentro de la maquina cuando los otros no estaban. Se los pasaria la jermu. Adentro de la maquina, los  ponìa. De donde sacò la llave no sè. Ponias a Azucar Moreno, sonaba Nicola Di Bari; ponias a Gloria Stefan, sonaba Nicola Di Bari, ponian a Charles Aznavour y sonaba... ya ven como era. Jodìan adentro y jodian afuera. De alguna manera, algùn dios pertinente en la ardua tarea de hacerlo todo a medias tintas los habia tocado con alguna varita muy poco original. Eran prestos, eso si, en el guadañaje, cosa que uno se toma muy en serio ya que nunca ha estado del otro lado dela espada, o la guadaña ente este caso, pibe. De alguna manera lo lograban con facilidad en variados e importantes ambitos y niveles y àreas, como si la vida y el comercio y distribuciòn  de la muerte en la vida, como si el arte del veneno en el paño del mundo les fuera cosa de niños. Yo habia entrado y salido un par de veces porque era bueno y sabia como boquetear y ser silencioso, excepciones aparte, tenia un record òptimo de nueve sobre diez y se me estimaba mucho. Nos podiamos ver a la cara a pesar de estar en estratòsferas diferentes , aunque valga la aclaraciòn de que estos tipos se cargaban al mundo entero sentados sin mover un dedos detràs de organizaciones y yo me los cargaba a ellos organizàndome para saquear las arcas de las mismas instituciones que ellos alimentaban y donde guardaban las sacas de sendos maffìas, los muy ellos. A veces era ese pendejo, esa rata traviesa de alcantarilla en su pequeño y oscuro agujero, pero veinticinco milones me habian dado respeto. El carisma de uno mismo, esa chispa esencial de la que uno està orgulloso, uno se la guarda para uno mismo. El pavonearse era para negros cabezas que caian en camaras ocultas boqueando todo. A esos se los cogìan sus propios cumpas y depsues no tenian donde esconderse o donde rajar afuera para volver a empezar, si es que los dejaban. Por eso, el carisma de uno, uno se lo guarda para uno mismo, en especial cuando uno està acompañado de gordos ex-comemocos. Y: el pensar. Mucho. Como un cronometro, loco, como un cronometro, està siempre ahì, saliendo la idea de a poco, como un gota a gota, saliendo. Se cuela afuera. Uno extraña a la novia, ese moverse mientras uno la parte como un queso envuelto en Chanel y lavanda francesa y la cajita ornada de Marruecos al lado en la mesa, llena de falopa para darle el toque necesario de chic un polvo de alta gama. Despues, te bajàs de esa y a otra cosa, mariposa. De vuelta a la noviecita oficial, a la pequeña, a la de pelo ordinario, que se la come doblada sin chistar porque el gomìa este sabe. La fija. O casi. Ojo, tambien hace pinitos pero a los dieciocho ya sabe de carretear. Quien sabe donde andarà despues de tenerme cinco años en el retiro espiritual. Mas vale que se esconda bien porque sinò le voy a tener que correr la pintura a cachetazos... ma' si, si hay millones de peces en el mar para quien sepa querer ser pescador. Unos besos y unos regalitos y abren las piernas como si pètalos de rosas chinas fueran. A veces me duele dejar a los muchachos, el trabajo cumnplido a veces viene con algunos postres finales, unos castiguitos... Fueron pocos, pero agradables, casi amigos. Yo no los resentìa, pero me lo guardaba porque uno no se quiere hacer maricòn solo porque tiene tiempo de sobra. La cervecita frìa, la heladera, esas cosas voy a extrañar, tirandonos de las orejas en la oscuridad y el tic tac del reloj desordenàndolo todo en la oscuridad, enmarañandolo todo en una pesadilla psicotrònica leve, como si uno fuera indigno de tener piernas y tenerlas quietas por un puto segundo. Y era. Era como ser niño otra vez. Muy pequeño. Chiquitito. De esos nenitos a los que se les apaga la luz, muy chiquitito. Viste que uno quiere gritar, llamando a la vieja? Pero estas cosas se guardan. Ciertas cosas no se dicen de hombre grande a hombre grande. Ni siquiera a la luz del sol. Afuera es otra cosa, afuera es diferente, està toda la careta, la màscara detras de la cara que lleva otra màscara encima. No, ni siquiera a la luz del sol.
Veo mi cuarto con una mezcla de desagradable melancolìa vulnerable y enojo, porque no soy tan guapo pero de oficio sè bastante como para no hacer el tonto cuando no estoy engranado, no vaya a ser que me tomen por payaso los muchachos de oficio. El cuarto sigue estando aquì y yo estoy aquì y asì es como estàn las cosas. Por suerte no me han trincado en mi ausencia todos los malos amigos que dejè atras en la lucha por la causa, ni que decir un burdo ladròn punga de medianoche falopa. es una suerte de halago entre la gente de este metièr. Bien ahì. Entonces: tomo este marcador sobre la mesa, trazo una linea vertical de tres centimetros en la pared, blanca, profesional, seria, sin amenazas de por medio.
Dia uno. Y eso, ya por si solo, se siente bastante mal.  

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