viernes, 31 de enero de 2020

Buenos Aires, 31 de enero, 2020

Hay algo que quiero rescatar y no puedo. No puedo porque no se bien donde está. Lo he visto un poco en el bar La Academnia, sorbiendo cerveza medio loco a las tres de la mañana en la mesa que da a la ventana a la calle. Quiero mas de eso. Beber cerveza, una unica botella, conmigo mismo en un bar a la noche, no en uno de esos bares chotos de pacotilla supuestamente irlandeses donde la gente va a abrir la boca. Si, ya se lo que quiero: quiero ver a mi padre. A mi padre vestico con su saco a rayas, perfumado con Pino Colbert, las manos sarmentosas acariciandome el pelo mientras las estrellas en el cielo se mueven vertiginosamente. Quiero que sea otra vez 1978, gritar los goles del mundial y que cuando venga el invierno venga mi abuela y me ofrezca scones con pasas de uva, recien sacados de el horno. Eso, quiero que me devuelvan todo lo que me robaron. Quiero ir y moder la madera de ese viejo arbol podrido a medio reventar que mi abuelo plantó en Ortega y Gasset y Soldado de la independencia y hundirme entre los parásitos y los gusanos con mil preguntas en cada hueco en cada muela. Volver atrás. Adelante solo hay sol que pertenece al futuro y a gente sin manchas en la piel. No me sirve, como tambien tampoco me sirve de mucho hacer recomposicion de tiempo y lugar y pretender que soy potente y estable. Quiero acariciar la boisserie de un viejo bar y gritarle a la noche suicida que cada poro de mi cuerpo pide una tregua y una mentira. Alguien o algo ha de escucharme. Puedo robar, puedo matar, puedo mentir. Puedo contener, sopesar la situación, sacarle provecho, saberme que no soy un marir y al segundo caer en la calle pidiendole perdon a las baldosas, a las ratas, a los molinos de viento. Eso, voy a fingir que estoy muerto y con mi cabeza en la almohada fingiré que no duermo sino que reposo, que no callo sino que pienso, que no digo, sino que escucho el eco y no el aplauso.

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