lunes, 20 de octubre de 2014

EL HOMBRE EVOLUCIONADO



Se despertó en el suelo con el naso contra el cesped y una hormiga, roja, presumiblemente, le entraba en la fosa y se dijo:

- Esto es cosa de gracia.

La hormiga? El hombre? Probablemente la comedia, si esto era todo... y algunos manises de regalo, pardiez!
Se incorporó violentamente y el cielo de la mañana le pegó directamente en los ojos, y lo que vio era del desagrado inusual. La valla blanca. La pintura blanca desconchada y adentro. Adentro?
Estaba boca abajo, medio hecho un bollo, medio nacido de vuelta en el jardin frontal de una casa de una sola planta, en el porche en forma de arco habia una solitaria silla plegable (antes las hacia Plasnavi, ahora las hacia otra compania). Se dijo que no era su casa, pero que muchas gracias de nada  por la noche pasada ahi. Le picaban las pantorrillas y las plantas de los pies en las zapatillas le sudaban a mares; estaba pegajoso, se sentia pegajoso y si alguien  lo tocara, lo contagiaria de un bife. Eso, contagioso y estúpido. No sentia resaca alguna, el pisco habia sido bastante amable... y él era amable, pero estas vicisitudes, extrañas, infecuentes, embarazosas, un tanto risueñas, le parecian algo demasiado incomodo, como esto de resolver salvajismos postergados. Y ahora que los tenia en la palma de la lengua, algún espíritu insano le enchastraba la fiesta. Se convenció que las resoluciones eran lo suyo y que su resumé, su convicción vital, su curriculum vitae humano, traia aparejadas ciertas evidencias que lo transformaban en un hombre.
Se paró y se limpió los pedacitos de brizna de la cara y tomo el colectivo hacia el este, seguro de sus pelotas. Se sentia maravilloso y se sentia un patàn y se sentia fuerte y se sentia debil.
El cansancio de los titanes.

Cuando llegó a la casa, entrando por la misma vieja puerta, vio una  telaraña al lado en el hueco del timbre y unos ocho ojos de baquelita lo miraron con amargura desde dentro de la tela, hueca, cilindro de los perdidos. Una antigua mosca reseca estaba ahi en la puerta, recordatorio inapelable de la falta de cautela.

El hombre se sonrió. O evitabas la telaraña como podías, o te convertias en una.
Era imprescindible permanecer atento e inteligente y transitar disfrutando de los claroscuros, de los matices y de la coreelaciones de las buenas y malas fuerzas. Utilizar las herramientas apropiadas en  los intersticios disponibles para vencer a la Gran Maquina.
Se duchó, dejando que los poros de la espalda recibieran el calor del agua hirviendo que caia desde arriba. Tal vez sintió algunos goznes en la espalda, un murmullo momentaneo, pero solo por un momento.
Salió del baño, chorreando agua, y aun todo mojado se puso una camisa de poliester blanca. Los pantalones sin calzoncillos, medias zoquetes y una flor invisible en el ojal del alma. Serviría para el dia caluroso, nadie lo sabria, con una chaqueta de neoprene y esa seguridad de los cazadores en los ojos, y la bondad de oficina en la boca.
Ceremonias de la mañana.
Salió afuera otra vez a la calle sin darle importancia al sol, o al buen dia, o a la falta de una mujer fija, ni a su madre, ni a las arañas, ni al cielo azul, ni al murmullo suburbano en ese barrio deprimido y constreñido por la ortivez. Los vecinos. Manguereando el auto, manguereando la vereda. Idiotas!
A todo el mundo le gusta sostener la manguera y ver toda esa agua saliendo por la boquita del tubo de goma! Maravilloso! Déjenlos!
Se mantenian alejados, él se mantenia alejado, y las cosas marchaban fantasticamente bien. Haciendo cuentas realistas, el mundo estaba  popùlado por un ochenta y cinco por ciento de zombies, un cinco por ciento de mujeres tentativamente buenas, y el resto solo eran hombres con cara de cenicero y putas dementes comprando toallas con alitas. Nada más.
Como se las arreglaba para no vomitar todos los dias a toda hora era un misterio.
tenia un par de amigos fieles y tiernos con quien hablar, servían, funcionaban, y el les servia y eso habia mantenido las relaciones, no lo jodian, eran  capaces y contenedores. Se podia crecer y se podia involucionar bien. Jugaban al Dungeon and Dragons todos los domingos, algunos estaban casados y las mujeres preparaban los bocadillos y eran simpaticas, eso ayudaba a tener mucha esperanza. Las chupandinas solian ser moderadas y las comilonas deliciosas y satisfactorias.
Formaban un conjunto cerrado afable y saludable. Nadie le saltaba el cuello a nadie, nuestro hombre no conocia eso y si lo habia conocido, se habia apartado de manera tajante. Esas mariconadas del drama y de «ella dijo y el dijo». No era para él. Dormia en la parte opuesta de la casa, alejado un poco de su madre, que se  ponia regañona e insoportable a  veces pero, por esas cuestiones de pasar un año tomando de su leche, era dificil rechazarla lo suficientemente como para odiarla. «El dijo ella dijo". No way. Mamá hacia la comida y se mantenia peleona. La mayoria de las mujeres pensaban asi.  Te mantenian bien gordito y saludable para no errar los puñetazos posteriores, para no pifiar el colmillo en la yugular. Recordatorio constante: no te emparejes con la hermana gemela de tu madre.
En el colectivo hacia Lomas de Zamora la gente se desperezaba y tosia, parada en sus  pies, muerta en sus pies. Las mujeres miraban sus celulares con los dedos en llamas, los hombres apoyaban la poronga silbando hacia el techo del bondi, el colectivero detras de los anteojos espejados pensaba en hacerse policia y no ver mas cara de personas, o matar, o en convertirse en perro y oler pies y zapatos y mear en arboles, algo quieto, algo de silencio de las manos.
Se desperezaban los carteristas y las computadoras bufaban sus gruñidos electronicos y los tubos de neón se prendian donde no habia ventanas, tartamudeando viejas, centenarias canciones de las prisiones. Los tomates crecian y engordaban y dividida de su contraparte, a veinte kilometros de distancia, la Capital federal miraba con asco y recelo a su amiga útil la Provincia dentras de los anteojos aceitosos del Riachuelo.
Escobas en las baldosas, lamidas las calles.
Alguien pensaba en un amor aqui dentro y por fuera habia rayos y oleadas de melancolia, apartadas con un gran esfuerzo mental.

Llegó a la oficina, entro por la puerta, o la puerta entró en el hombre evolucionado. (Palacio nunca se veria tan malba, los grises eran modestos, el escritorio compartido en su fisicidad con las tareas del dia y sus manos eficaces sobre el teclado, buscando agujeros, buscando errores, los errores de otros, en los platos de jamon crudo para otros. Un click, tajos en los rostros. La taza de cafe con leche y los bocadillos de queso fresco, unas galletitas, los minutos detenidos, las horas como caballos trozados para la sopa de las noche de Polonia, el ghetto, el silencio de los cuartos centenarios. La paz momentanea, la tregua del hombre para con el hombre).

Se sacó la chaqueta y la mano se estiró hacia los primeros pasos de la mañana, el inicio de una jornada de nueve horas. Horas extras moderadas, incluidas, y bien pagas. Ambiente cordialidad y las  posibilidades perennes de crecimiento en un ambito de optima civilidad. Suelo alfombrado, uñas limpias. Mujeres moderadas, poco cambiantes, efectivas, nada de rayos sexuales enviados. Y sigue.
Todo el edificio pareció tomar una bocanada enorme y profunda y ancha, y los pulmones se tensaron al maximo y recibieron la Orden  Mayor. Todo listo para comenzar, en sus marcas... listos... GO.
Todos sabian que este muchacho habia nacido para ser adorado, contenidamente, porque, se sabe, los hombres cabales no necesitan o no toleran la telenovela de las grandes demostraciones de afecto.
Y el click. La hormiga roja bajó desde dentro de su nariz, pegando un salto certero hacia el dorso de la mano, dió un mordisco lleno de ácido, insufló la ponzoña paralizante (era una sinverguenza)  y el veneno, que llegó como una saeta hasta el corazon del hueso y el hueso se sonrió, graciosísimo!, y la mano se contrajo imperceptiblemente, el dedo hizo click en el mouse y la ventana de trabajo en el entorno de la computadora se cerró con un siseo preocupado, enojadísima, pero el hombre evolucionado se sonrió y se levanto a hacerse un pingüe sandwich de queso fresco con galletitas y jamon Paladini y una excelente y caliente taza de café con leche. Nada de polvos, sino la cosa liquida, the real thing, la hermosura del liquido entrando en la taza de oscuridad, diluyendo las malas luces negras, hasta transformarlo todo y convertir ese capót en el lomo de un camello, cansino y bonachón, trotando apenas hacia las noches de Arabia, sorbiendo con los pelos de la nariz las aguas verdes del Canal de Suez, hacia las mieles de un harén de dulzura, imposible y apacible, de seda... de pieles.


El hombre suspiró y pensó en arrayanes, en bicicletas, en chancletas y en relojes. En una mujer en la otra parte de la ciudad. Detrás de los ojos marrones, tenia flores desconocidas y estas aguardaban, certeramente protejidas de los dedos de los hombres malos, y las flores mismas, con los dedos largos y finos y verdes de la mujer del futuro, estaban llenos de semillas fértiles. Y el reloj marcó las once y solo entonces las cartas en los depósitos de los correos fueron despachadas, con un margen optimo de minimo error de entrega.

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