martes, 7 de mayo de 2019

Chantacuatro


CHANTACUATRO

Afuera de el Chantacuatro
hay un tumulto de pequeños pordioseros
ha llegado la cana con cuatro osos
alrededor de cuatro niños sucios
que no se van
piden tazas a medio llenar de café de Starbucks
una pizca de un biscocho
unos cuantos pesos para andar por ahi
y son los señores de la cuadra
viven cerca de los verdaderos conventillos
de los contenedores de basura
de esa casona con los pasillos oscuros
que se extiende hasta el fondo de la manzana

Y ha llegado la policia
bien alimentada y brutal
a quemar la paja en el campo verde
los turistas que han venido a ver bailar tango
a jovenes perfectas de sonrisa de cera de piernas largas 
ajustadas a vestidos negros de lujo
que ya no fuman cigarrillos entre pieza y pieza
y los alemanes y los brasileños y los franceses
inqadvertidos con las billeteras llenas
incómodos en la cola afuera del Chantacuatro
nerviosos por la proximidad de el pequeño crimen del 
que son parte enfrente hay una boutique de productos regionales
que nadie  compra y a la vuelta de la esquina un restaurant
con borrachos importados que gritan volcándose la cerveza
al lado de una estatua malísima de Gardel
que sostiene impertérrito una sonrisa enferma
algo muy diferente a el pasado
el pasado que ví desvanecerse a traves
de los visillos de las persianas de mis ojos
muy diferente a el ahora
el pasado en el que por las calles de post-guerra
del Abasto encontrabas mendigos calientes y 
perros muertos pozos como cráteres de bombas 
en el esqueleto de los siete subsuelos muertos del viejo 
y vacío Mercado del Abasto  las disquerías aledañas repletas 
de pianos mojados de gramófonos desangrados 
juntando polvo a la espera de un renacimiento que nunca vino
entonces fué cuando se empezó a mover el dinero
cuando hicieron un shopping mall tan absurdo y estéril
que su sola mencion en este poema malo
me hace revolver las tripas de bronca
y desde las ventanas de el Chantacuatro tomado por los indigentes
miraban desde la penumbra del edificio sin electricidad
desde las ventanas arriba las caras enmarcadas
con ojos animales, las cabezas rapadas
los torsos desnudos en el verano arropados por 
un silencio ensordecedor    detrás de la calma chicha
de las cortinas de la pensión
era el lugar donde no había que estar ni cerca
y ahora que la poca peligrosidad causa un revuelo callejero 
menor me da nostalgia y vergüenza
y tengo el derecho de cerrar esta mañana como
yo quiera y por ende
lo hago 
así.



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