viernes, 23 de noviembre de 2018

2 años

Pensando en la vieja y querida Dolores. 2 años. Que cosa ni enterarme bien que te habías ido. El tipo de gente que siempre anda por ahí orbitando en el éter. A veces cuando me pongo muy down, me acuerdo de la ultima conversación por telefono y me dan ganas de cortarme las manos, por salame. Pienso en tu ritmo de vida y en ese patio de loquero de mierda todo gris, y en como la vida no desacelera nunca y no te perdona una. Pero cuando veo tu cara cariñosa en mi cabeza estoy seguro que vos hubieras querido que aguante y que yo sepa que me estas cuidando con tu bondad de siempre desde el otro lado, de que vale la pena hacer la lucha. A veces el hacedor no tiene ni idea a quienes ni por que se los carga, por lo general de una manera ridicula y sin ningun glamour o estilo, y uno gira el cuello y ve que solo hay boludos y puticas alrededor. Pensaba en eso. Pensaba en vos. Pensaba en los pibes de el hospi, en nuestras aventuras cuasi infantiles, enojos, enzarzamientos inmaduros, nuestras excursiones. Escribias unas poesias y unas frases maravillosas absolutamente sin maldad, una y otra vez, a tu madre, a tu hijo, a la vida, a el aguantar no importa qué. Te llevaba de la mano un dios de infortunio y dulzura y ahi andabas, envuelta en la neblina de el internado, haciendote de mates, de vez en cuando una visita al médico mas allá de esa puerta de hierro con el homosexual ese patovica enfermero de mierda, el de la barbita candado. Ya se debe de estar postulando para presidente ese comevergas sin alma. O, dio a parir un orzuelo. Si se murió, lo deben de tener de cadete cafetero con un cono de papel blanco en una esquina en penitencia, tocándose el pito y lamiendo expedientes. Acaso no fuimos todos así por unos años? Acaso no son así todos los pocos y fugaces años de dolor en una vida, en la tuya, en la mía? Emborracharnos para callar las voces de los ángeles que vienen a posarse en nuestras entrepiernas. El beso de lengua de la vida y la muerte que llevo aqui en la muñeca, pulsando obstinadamente mientras la visión se pone borrosa y la voz interior se hiergue y estira las cuerdas vocales para el aullido inhumano que es este contar corriendo para atrapar a los relojes que no tienen piedad de nada ni de nadie, ni de perro, ni de semidioses.

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