sábado, 9 de septiembre de 2017

EL BEATO

Embroiderí en las carpetitas apoyabrazos de el sofá verde. En ese sofá se habia sentado el abuelo, pero este pequeño no había recordado nunca al abuelo. Y todo era nuevo, incluso, casi, la noción de la ausencia. la mayoria de las cosas eran altas, importantes, olían a decoro, a algo así como un titulo nobiliario, a estrella santa de navidad, a seguridad limpia. la vieja televisión en blanco y negro, apagada. Con su logo: Zenith. En una mesa ratona con ruedas hecha de madera y cañitos estilizados de aluminio y latón. El viejo parquet siendo encerado por la criada, Alba, morena, sin dientes, agradecida, humilde, de pelo color negro reluciente.

- Nunca supe como hacían las gitanas para tener el pelo de un color tan brillante, hasta que un dia las seguí hasta los cañaverales, y vi que ponian aceite de oliva en un fuenton y se embebian el pelo en todo ese aceite. Les daba un color hermoso, un negro, un negro verde, un negro que a veces se ponia azul, y cuando se lavaban el pelo en el aceite, reían. Entonces me enteré como hacian para tener el pelo tan brillante.

La abuela cerraba los ojos en el sofá, en el sofá donde antes mandaba como un cacique benevolente su marido. Pero el marido se había ido, y la abuela había tenido cáncer, dos veces, la habian operado, habia bajado de peso, le habia escapado a la muerte. Ahora descansaba en la poltrona con los ojos cerrados, el sol crepuscular entrando por la ventana, en el silencio de la casi noche, en el silencio de el fin de las edades cristianas al son del tambor de unos pocos solitarios grillos, en las postrimerias de el fin de la dictadura militar, al principio de los nuevos juegos. Las manos nudosas, el pelo blondo al spray, el vestido, las piernas cruzadas.
Las señoras y las señoritas deben cuidarse de no andar descruzando las piernas, de la misma manera que los niños deben ser vistos pero no oídos.
Yo siempre fui muy recatado. Hecho de algodón de azúcar, como en este rellano sempiterno de paz y de una exorbitante locura.
La abuela cerraba los ojos con la cabeza para atrás y desde afuera se escuchaba a veces pasar un camión, alguna catramina del tiempo de maricastaña aun con el agujero para la manivela de arranque debajo de el radiador en la trompa del viejo ocelote ese.
La cosa rodaba por el empedrado de la calle como un Gran Rey y se iba bufando y tirandose pedos hacia quien sabe donde con toda su carga de secretos.
Fui hacia la puerta terracota, sólida y pesada. El límite de todo, esa puerta. No tenia las llaves. la cerradura quedaba justo debajo de mi mentón. Yo era el niño. Yo fui un niño.
Ahora escribo esto para contártelo.
Nunca volví a casa.
Estaba en pijamas y olía a heno. Mi pelo estaba sucio, mis plantas en chancletas limpios. Afuera los niños jugaban al carnaval corriendo de un lado a otro de la vereda, hacia adelante y hacia atras hacia aqui y hacia alla, los mas atrevidos cruzaban la calle, los mas pecaminosos... los mas modernos reian desparpajadamente. Cretinos con madres gordas y estúpidas. Por lo menos tenian madre. Yo no tenia madre, y si la tenia nunca se la mencionaba, por lo menos no en mi casa. No mucho.
De vez en cuando se decian algunas palabras sobre ella y todos temblaban y se arqueaban en espamos, los otros ellos, los de grandes e importantes palabras, mis tios, mi hermana terrenal. Era un tema horroroso. Mi madre vivia a lo lejos, en un lugar que se llamaba Por Ahí. Y digo Por Ahí porque yo no sabia donde era esto o aquello, ahora sigue siendo lo mismo aqui en este mas acá mas cercano. Mi madre era rubia, tenia ojos azules y cuando me besaba me dejaba marcas de rouge en las mejillas y en las comisuras de la boca. Me amaba con un amor loco, con un amor monstruoso, con un amor demente y completamente absorbente y a veces tomaba un cinturón de hombre, en las noches y los dias mas insoportables, tomaba en el puño delicado el cinturón de un hombre que yo nunca supe quien era, me bajaba los pantalones hasta las canillas y hacía que yo me acostara en la cama mirando hacia afuera por la ventana en su casa, en la casa en la provincia profunda. Me daba con el cinto, yo hacía que lloraba y afuera había un cardenal en una jaula con su penacho bermellón. El sol brillaba caliente y el cardenal gritaba, y el cardenal tenia un gran ojo rojo, muy abierto. Y el pájaro me miraba y yo apenas podia verlo entre las lágrimas, pero el pájaro estaba muy interesado viendo a ver que pasaba con este otro pájaro tan peculiar en esa otra extraña jaula.
Pero eso es otro cuento.
La cuestion es que salí en pijamas, ya cayendo la noche, en chancletas, con mi pelo colorado y mi pequeño trasero.
La puerta cancel estaba abierta, tenia un pomo de bronce que años después sería robado algun muerto de hambre que le gustara mucho degustar metales. Creo.
Abrí el puto pomo de la puerta, salí, la puerta se cerró detrás mio, y caminé calle abajo.
Los niños jugaban a apretar el pomo, ese otro pomo, el de plástico a resortina que vendían en los kioskos. Lanzaban agua. Jugaban al carnaval. Debía de ser febrero, un febrero muy caliente. El pavimento rezumaba agua, las alcantarillas estaban secas con hojas de eucalipto, los vecinos charlaban secamente, las peluquerías estaban desiertas con sus dueñas abanicándose con las manos rollizas. Nadie parecia tener una sonrisa natural, pero el sentimiento de poder que emanaban de sus dientes me daba pavor y respeto. Miedo. Pensé en su momento que debia ser cosa del barrio nuevo. Palermo, ahí abajo en la tierra siempre se vé como una cosa gorda y verde y llena de agua. Tal vez ahora todos los barrios hayan cambiado, pero de todas maneras solo los ancianos y yo necesitamos barrios que no hayan cambiado. has visto alguna vez en las disquerias de penique como se agolpan en las viejas e inútiles bateas los discos de tango que ya nadie quiere escuchar? Ni siquiera los han cambiado por esos cedés, simplemente los han apilado en columnas horizontales monstruosas, en columnas de polvo de catafalco, en estandartes de plástico de lo mersa y lo berreta, escondidos al fondo de todo el requecho en negocios de registros fonográficos a quienes ya nadie quiere entrar.
Eso es: estoy hecho de olvido. Y de luces.
Tenía cinco años y me acerqué a los niños que jugaban en shorts, en medias tres cuartos, en zapatos. Solo los mas afortunados tenian zapatillas primitivas con  cordones blancos gruesos y relucientes. Los demás, los menos modernos, tenian zapatos de cuero, con cintas de cuero crudo cruzando los lomos de los pies. Se estilaban remeras y puloveres en invierno, pantalones de corderoy, era el sobre de el esqueleto de los niños. Pobres niños. Pobre yo. Pobre todos.
Alguien me arrojó agua y casi me largo a llorar. Los niños empezaron a reir. Uno particularmente feo rió y pude ver que le faltaban los dos dientes frontales. Me arrojó agua en medio de la frente y el contacto del agua simplemente me desesperó. El agua fría caía por mis sienes y mi mentón como un puto pelele subacuático. Lancé un golpe de puño. Fallé. Nunca fui bueno para las peleas, Solo para los suicidios. Fallé el puñetazo y con el pomo me lanzó agua otra vez en la cara, en la pechera del pijama blanco con ositos rojos y azules. Me sentí desnudo, apartado de todo, dejado de lado. Tal vez se suponía que debia reirme, pero los que se reían eran los demás y yo no podia entender por qué se reian, de que se reían. Simplemente no podía entender el concepto del juego sin dolor. Pensé en mi abuela en el sofá, detras de paredes seguras y sólidas, el olor a heno limpio, el olor a persona vieja, y se me estrujó el corazón con una pena monstruosa, y corrí hacia mi casa. Tres niños me siguieron corriendo. Yo gemía. El de los dientes frontales ausentes me agarró del cuello del pijama y me tiró al suelo. Cuando caí, levante la cabeza gimoteando y pude ver a un adulto de bigotes sonreir. Lo identificaba como algun pariente de uno de los niños, el pariente, tal vez el padre o el tio de uno de los que me estaba aplastando el cuerpo con su cuerpo en el suelo, y el muy hijo de puta, con su maldito bigote pre/post/dictadura se reía. Le parecia muy gracioso que a mi me estuvieran moliendo el alma a palos.
No habia ninguna abuela a la vista.
Me levantaron de los brazos y me metieron en la entrada de un viejo caserón del mil ochocientos con plantas y pequeños arboles saliendo de las paredes interiores, paredes con agua brotando de los ladrillos pelados.
Me pusieron de el lado de adentro y contra la vieja puerta de madera. Estabamos ocultos. La puerta era verde, por dentro y por fuera y yo me estaba poniendo de azul evanescente. El de los dientes frontales ausentes sonrió tapándome la cara con una mano. Con la otra sostenía un cortaplumas oxidado. El asa de metal tenia una pegatina o un un pedazo de cinta de madera que decía: SSR. Lentamente blandió el arma en mi nariz. Yo la miraba como si el mundo se fuera a acabar. Fue la primera vez y la ultima que sentí el mundo acabar. Ni siquiera cuando mi madre me fajaba siseando entre dientes el mundo parecia a punto de acabarse, Las palizas solo parecían ser el comienzo de una historia triste, pero al menos no era el final completo de la historia entera.
El sin dientes metió la navaja en mi nariz e hizo un movimiento rápido hacia arriba, pinchandome la fosa nasal. Yo traté de gritar pero mi aullido quedó en la palma y los dedos de el otro niño pequeño. Su mano olía a grasa de auto, a viejo galpón. El muy estúpido abrió los ojos muy grandes al ver el cuchillo entrando en mi nariz, se le humedecieron los ojos y pude sentir como un olor a orina dulce. El deleite de la vida. Probablemente lo llevara dentro suyo desde mucho antes de nacer. Un alma rota. Un alma tonta.
Hundió el cuchillo un poco mas hasta que la hoja salió casi arriba de mi tabique. Entonces tiró el brazo hacia atrás y mi nariz se dividió en dos.
Caí de culo contra el agua de las paredes que corrian por el pasillo hacia la puerta y de la puerta hacia la calle hacia un viejo cordón de adoquines.
Sin Dientes estaba ahi arriba con su hacha de la guerra.
Entonces los otros niños se agacharon, chistando y haciéndose "shhh" con las manos en los labios y entonces me cortaron la ropa al medio, me hicieron un tajo en la pechera del pijama y me sacaron los pantalones y tiraron mis chancletas al fondo del pasillo oscuro. El sin dientes me miraba desde lo alto. De pronto era un Dios Supremo, el Creador de Mundos. Yo era la criatura violada. Con mis manos cubría mi cara y entre mis dedos podia ver sus ojos brillantes y negros, estupefáctos ante su increíble poder. Él era El Creador. Yo solo era una pequeña bestia informe en su Obra.
Le tiré una debil patada con mi pierna flaca y blanca y el me devolvió una patada fuerte con su pierna enfundada en un corderoy obscuro y un duro zapato de cuero. Yo no estaba convencido de nada y el estaba convencido de todo.
Ese fue mi gran error en la vida: los que se plantean las cosas dos veces por lo general o lustran botas hasta los setenta o se suicidan.
El pequeño deforme con la gran nariz, sin los dientes frontales y el pelo negro y fosco y mal lavado no tenía duda alguna sobre las Razones de Su Creación.
Se bajó la cremallera y desenfundó el pito.
Los otros dos secuaces estaban estupefactos.
El Sin Dientes dijo:

- Ustedes también.

Entonces los otros dos niños también se bajaron el cierre de los pantalones.

- Y ahora?
- Ahora se la vamos a meter en la boca. - dijo Sin Dientes.

Se quedaron unos segundos ahi respirando sin decir nada con sus pequeños penes en las manos.

- Así? - dijo uno, masturbandose debilmente.
- No, así, frontándote hasta que se ponga dura.
- Pues no se pone dura.
- Es hasta que te gusta, entonces se pone dura - dijo Sin Dientes.

Y entonces hundió su pubis en mi cara y en mi boca y yo simplemente vomité sangre y asco, y me encontré repentinamente en el ocaso de mi vida revuelta como huevos fritos quemándose en un gran mapa celeste.

Los otros dos se acercaron para dármela tambien. Me levanté y salí corriendo. Salí hacia el unico lugar que recordaba que un rufián como yo pudiera ir: la Iglesia. Corrí cinco cuadras con los tres estúpidos detras mio, gritando y riendo, y yo estaba muy enojado con el mundo porque los gritos y las risas, los gritos como de malón de indios hacian suponer a las pocas personas en la calle de que todo se trataba de un juego, de que mi sangre no era sangre sino cháchara de carnaval y de que mi desnudez solo podia ser el acto maravilloso de una perversa y disfrutable magia o simplemente, los mayores mortales, los ocupados y subocupados de oficina y establo, todos se habían vuelto locos, y yo llegue a golpear la puerta de atrás de la parroquia, pero como todos sabemos, Dios no atiende los domingos después de la siete de la tarde.
Yo, otra vez, contra una puerta, la de dios, sin nada, respirando y esperando. Mi cráneo hecho una crema santa.
Sin Dientes clavó la hoja justo en el medio de mi abdomen desnudo y limpio y seco.
Ciertas cosas no se le hacen a los niños, pero ciertas cosas no deberían hacersele a los niños, especialmente por otros niños.
La hoja quedó clavada justo debajo de mi ombligo y justo arriba de mi pubis lampiño.
Los tres niños salieron corriendo y yo me arrastré hacia la cañada y el terraplén linderos a la parroquia muda. Los insectos me mordian el cuerpo con vehemencia y mis ojos veian imagenes triples y cuadruples y me dije a mi mismo que si Dios enviara un tren para ir al Cielo, lo tomaría, solo para que las ramas y las hojas y las cañas dejaran de escupirme en el torso y en el rostro, para que el mundo dejara de tajearme en este barrio nuevo, para que el mundo dejara de expulsarme continuamente, Porque, acaso no tenemos toda la vida en un solo dia, que esta bien que estemos desnudos y solos?
Sonó un trueno y el cielo púrpura se iluminó con un destello potente y breve, y entonces dejé caer mi cabecita de poelusa rubia sobre el viejo riel, y esperé hasta que el siseo de la vibracion de las ruedas del tren se hizo ensordecedor golpeando contra mi pequeña sien, y pensé en mi abuela, que era como un tótem indio, como la cabecera de playa de todas las guerras ganadas, y me sentí muy lejano a eso y muy cerca de todas las débiles sospechas que sostenian el marco plateado de mi mundo.
Entonces pensé en mamita y alargué mi manita hacia el tercer riel, y me dejé prender en luces y cuando mi cara se aplastó contra el fondo del mar incontenible, entonces, solo entonces, llegó la calma a mi cabeza, al fin coronada.
x x x

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