miércoles, 11 de marzo de 2015

MARTINA SALE DEL JARDIN


-Mirá, cada vez que encontrás una persona que te gusta, elevas una plegaria casera al cielo y pegas la foto con una chinche en la pizarra de corcho.
- Si es de corcho es una pizarra o es un... eso.
-Eh?
- Exacto.
- Bueno, ya, ves? Asi, con una chincheta.
- Ok.

Desde la ventana con rejas, Martina puede ver mucha gente. La mayoria está cansina y amarillenta a esta hora y en este lugar, son como gente transparente, translucida y aparentemente llena solo de aire. Osados jeans septuagenarios lavados hasta la ultima fibra, casi blancos, caras cansadas y pasmadas.... este lugar es el infierno de nadie y de todos. Las baldosas no dicen nada, poco y nada son caminadas. El calor es seco y brutal y aplastante. Los rostros son informacion chata, como el cielo, que se cae a la tierra en el horizonte de casas bajas, en donde vive gente tambien chata y baja.

Martina tiene los ojos como deberia ser el cielo: son capillas donde reina la gracia del Señor. Nadie podria salvarla de si misma, porque nació sin pecado, y tambien nació sin manos para aferrar su maravilla a la que todos detestaban. Asi se hizo presa en este loquero. Ella no esta detrás o delante de los barrotes, ella es su propia sentencia, sus cadenas, su condena y su pena de muerte.
Tiene los ojos enomes y sin culpa, como un primer beso blanco, del que murmuran con recato los querubines.
Y de vuelta a su cabeza enmarcada en la corona de espinas de acero del recinto limpio e informal, en su pelo rubión, lacio y largo detras de la espalda con el pulover y el cuello ahi abajo, donde murieron todos los santos, y las tetitas, y el ombligo y mas abajo, y de vuelta arriba después de sus jeans gastados, y de sus manos suaves, arriba, volvamos arriba, porque los ojos de Martina tienen un hambre atroz, estan redondos y enormes y tienen ganas de algo, algo bueno detras de esos fierros de mierda, con desesperación famélica insoportable. Y entonces enganchan. Salen lineas de puntos, mensajes de S.O.S. hacia éste o aquel, extrañas ondas y vibras que tremulan, que musitan el hambre, el hambre, el hambre es algo que hay que convidar! Buscando el click. Y los parpados se quedan quietos por cinco segundos, seis segundos por arriba de las corneas y la luz de Señor ilumina el interior de su alma en una chance asible solo a los angeles y el elegido es ese.

- Ese. - dice Martina con los ojos muy abiertos y los labios rosados relajados. Levanta una mano lentamente y extiende un indice muy blanco y muy perfumado, y las azucenas ahi afuera en el cantero a la izquierda se toman el pecho, ensartadas mortalmente, apocadas de pronto.
- Ese me gusta. Quiero a ese.

Martina esboza una sonrisita. Es como si en un mundo alternativo en donde la paz y la mesura fueran extremas, esta sonrisa encendería todos los infiernos, por jíbara, por fiel.

Celador se acerca con su libreta y su birome entre los dientes, achinando los ojos hacia afuera.

- Te gusta ese? Estas segura?
- Si, tiene como la cara de cuero, como toda roja, como un mapa...
- Como un mapa?
- Como la tierra de mi tierra. Encendida.
- Bien podria ser un borracho perdido.
- No creo, camina como un tigre.
- Que mas?
- Esa camisa de jean y la remera abajo, parece que tiene un pecho lleno de huesos.
- Le falta una buena sopa.
- Y tambien tiene unas canas de mas y unos pocos años le quedan. No me importa.
- Y que te importa?
- Que tiene cara de que no le sobra nada, mucho menos el tiempo.

Y era verdad. El hombre en cuestion tendria aproximadamente un metro setenta y cinco de estatura, pelo medianamente largo, blanco aqui y allá, ojos achinados azules que aparecian y desaparecian por las rendijas de los parpados cuarteados, la cara roja quemada por el sol, una camiseta blanca, una camisa de jean percudida, unos viejos vaqueros, huesos longilineos y felinos, zapatillas raídas, el porte de un varón que tiene mas contenido en su cabeza que en su estomago y no por elección propia. Mitad tigre del monte, mitad yarará. Un hombre de la vida. Sin más suerte que las lineas en sus palmas.

Celador está pensativo al lado y atrás de Martina, que tiene unos pocos veintipico y que tiene todo el tiempo del mundo de estar arrobada y a quien ni siquiera se le ven los pies de tanto estar en esta nube instantanea.

- Cuidado nenita que te vas a enamorar.
- Y que, acaso no lo hacian todos? De eso no se nada.

Y Martina suspira y se le humedece el labio inferior, tan delgada como ella es, mitad cisne, mitad cadalso.

- Bueno, cuando estes lista le haces el click y ahi pones la foto en la pared.
- Bien.

Y Martina deja de respirar y se autosuspende. Pobre chica, ya con una vida fatidica le tocaba andar desmenuzando OTRAS vidas, harto extrañas, imposibles, pero terriblemente atractivas como la de ella misma. Esto de tomar imagenes y ponerlas alli en el pedestal del mundo, sin mas. El mundo giraba extraño. eso seguro. Pero por supuesto era mucho mejor que cagar a otra gente, violar, matar, quemar casas, ser gobernador de Salsipuedes, o ser una mina o un tipo horrible en un mundo horrible. Esas cosas. 
No habia rencores y esta meta era fidedigna a lo que el corazón siempre habia mandado, asi que Martina se concentró bien, mirando al hombre parado ahi afuera, tan flaco como era, tan animal como era, tan lleno de todo como era, y lo asió con los ojos y con el alma, y el alma de Martina se estrujó en el tiempo y en todos los tiempos, y cuando suspendió todos sus movimientos, cuando dejó de ser para abarcarlo todo, entonces cerró los ojos, y cuando cerró los ojos toda una porción enorme de todo lo que conocemos, y las filosofías que lo sostiene, se murieron un poco, y la figura del hombre ladeó un poco la cabeza, como quien huele un llamado desde una esquina en una esquina o está esperando un golpe de ala de algodón, y ahi dentro se metió donde fué capturado, sorbido con gentileza, bien adentro de los ojos de la señorita tan bonita, en su pecho transfigurado y reluciente, debajo del pullover, y hacia su vientre suave y eléctrico , de la cabeza acariciada a los ojos y de los ojos enormes al corazón enorme y del corazon del mundo entero a la usina viviente del deseo.

Y Martina se paraba ahi aferrada a la reja de la ventana que daba al jardin y el jardin que daba a la vereda, con una mano delgada donde no era necesario que corriera la sangre, una mano delgada y llena de viento y cuando abrió los ojos, que eran los lomos de todas las bestias de la historia bíblica del mundo, el hombre ya no estaba, no quedaba ni su camisa de jean ni los vaqueros, ni el pelo ni la piel como la tierra roja de nadie, sino solo la vereda simplona que nunca nadie tenia interes en ensuciar de un barrio apartado en una pampa infernal, en el vasoducto de las ánimas del mundo.
Celador miraba a Martina que tenia el pulso calmo. La chica lo veia con esos ojos femeninos que hay en la parte de atras de la cabeza, los de la suposición intuitiva animal, aún intacta, el vello de la nuca sutilmente erizado, trastocado al fin. Al fin. Una sensación de ligereza en la comisura de los labios, una indecisa travesura.

- Se siente extraño - dijo Martina.
- Hasta se me ha acusado de violación, querida. Depende de vos pensar lo que quieras pensar.
- Esto no es una violación. No me siento violada. Pero si las violaciones eran asi, violame de vuelta.

La mujer se tapó la boca, escandalizada suavemente, impertérrita por lo que habia dicho. Se ruborizó un poco y Celador se sonrió. Nunca habia dicho semejantes animaladas antes y aunque tampoco le parecia haber dicho una, estaba cerca, o eso parecia.
Celador se acercó a la oreja de Martina con cara de póker y le dijo:

- Nadie toca a nadie, por lo menos no de ESA manera.

Martina bajó la mano, las dos, a los costados de las caderas, taciturna por protocolo, puso cara seria, una cara llena de luz. La cara de alguien entregado a un grave servicio.

- Y él?
- Él está bien.
- Pero yo lo hice mover.

Martina miró otra vea la vereda.

- O no? - dijo entonces.

Celador anotó algo en su libreta.

- No pegaste su foto en la pizarra de corcho.
- La verdad es que no estoy segura de que sea una pizarra, la pizarra de corcho.
- Importa?
- No sabias vos que las mujeres somos jodidas?

Martina esbozó una sonrisa que de tan breve era inexplicable, y de tan inexplicable era por siempre jamás.
En la mano tenia la foto, en la foto estaba el hombre tigre y la mano se levantó con la foto, que fue llevada por las piernas de la mujer hacia la maldita pizarra, donde con una maldita chinche amarilla colgo la maldita susodicha foto, y cuando estuvo en la pizarra con el resto de las demas fotos, Martina se acercó con lo poco que le quedaba de ese hálito santificado en la boca y le dió un tierno y suave besito, con unos labios en una boca perfecta que de tan timida que habia sido hasta del infierno la habian expulsado.

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