miércoles, 27 de mayo de 2015

NADIE


El renegado casual, el mohín caminante, la bolsa de espermatozoides gigante, el ruborizado perdido en el acuoso Infierno de Dante de las damiselas con sus pechos sudorosos y sus vaginitas secas. Camina compungido en la obscuridad de la casa de baile, inmerso todo él, caminante de la luz hacia la saciedad de panza llena de agua verde y fértil de las sombras. Puedo verlo aun en mi ojo de perro muerto. El pelo lavado, corto, las mejillas sonrosadas por la excitación y el desvelo, en sus piecitos se abrazan sendas botas de cuero, prestadas por el padre. Tieneu na camisa a rayas negra, las rayas son azules, los ojos son marrones, las manos están crispadas por el miedo animal, por la garganta seca. Tiene un par de pesos en los bolsillos, y desearia no estar ahi. En casa aguardan libros y fasciculos de aviación: hasta los pilotos mancos y amputados en sus piernas podian parir hijos fuertes si se acercaban los suficientemente al cielo. Va hacia un reservado y se sienta. De todas maneras no había nadie. En la noche vespertina de las calles juveniles sudamericanas hay un aire a peligrosidad, a cerveza, a musica atronadora, a luces que lo engulle todo con su fluorescencia devastadora, hay una desconexión entre el deseo y el estimulo visual y la basura sonora techno que vuela en el aire. Nada es precisamente desafiante. Temas de Gloria Stefan y Rick Astley en las orejas atiborradas de calor. Mujeres entre las paredes, apoyadas en ellas, locas, histericas de alegria, salen de entre las paredes, desde los espejos, van al baño, se masturban frente al espejo del tocador, chillan, gritan al borde de la demencia, salen con el cerebro lleno de agua caliente pululada por microorganismos residuales reptantes ,vuelven a entrar. En el baño de hombres no funcionan las canillas o solo gotean, y el joven solo quiere beber agua, el cuerpo pide agua, más, orinar, sus pantalones son celestes, jeans, celestes, anticuados; los chicos de moda usan los pantalones nevados con camperas que hacen juego, Fiorucci, Lee, ajustados en los huevos, los pantalones en cuestion del pecador son celestes, holgados, desgarbados, sin planchar, la piel de un asesino enfundados en la berretada de Angelo Paolo. El joven y su pequeña panza, su abdomen nuevo, sus huevitos imberbes, sus piecitos calientes, las suelas duras de las botas prestadas del padre como un signo de verguenza profunda y todo este intentar de atravesar la pared de la vida putrefacta que se levanta ahi delante como un Partenón de la demencia, un miserable y pequeño agujero en el bolsillo por don de se caen las siempre importantes monedas de cicuenta centavos de austral, los ojos de una fiera, muriendose de hambre, febos tostados cortados a cincel con sus facciones demacradas por la imbecilidad amasan muslos ahi afuera en el abismo centrípeto, se tocan, cosa extraña: los hombres tocan a las mujeres sin problemas. Hay perfume profundo antinatural, las luces son de violáceos y rojos, tiras y haces, le pegan en la cara y la piel se frunce de terror, vuela un águila en la noche, o un carancho atlético, atropellan a uno, adentro la fiesta, las preguntas recurrentes a la emancipación de la locura, es su lugar acaso, o es solo una escoria pacifista en un mundo sacado? Bombas áureas en los timpanos que se estremecen y se parten, lloran, y la modorra del aburrimiento instantaneo, las manos van a los bolsillos, saca un paquete de diez de Derby, prende uno, el paquete va con arrebato y frustracion al inodoro: solo los perdedores acuden al tabaco. Quiere mirarse en un espejo y solo los azulesjos mañosos empachados de esperma y mugre, el olor a orines, a la lavanda y Pino Colbert del viejo viejo, el cuello que se hincha con premura y se tuerce a volverse al vendedor de cigarrillos achicharrado en su silla con su caja de madera. More, Hilton, Parliament. Mentolados, marrones, los More parecen bien, compra un paquete por el que paga una indeterminada cantidad de dinero que hoy sería una fortuna, se vuelve al espejo, prende un cigarrillo, la menta artificial le baja por la garganta y se marea, los ojos se nublan, se recompone de alguna manera, completamente enfermo, se arregla el flequillo, se mira los ojos, los ojos que lo ven a el, pozos de zorro en Monte Longdon, ve su rostro, sus cejas, su cara, la cara de un farsante, la cara de un ahorcado. Sale del baño, una barrenada brutal de bajos en el pecho, angustia, muerte prematura, los dedos se espachurran en las botas en un espasmo violento, sudados y apretados por el dolor, una borrega contra una pared, morena, con la conchita apretadita y sonriente, contra la pared, rulos marrones, arreglada, el joven se acerca, tiene ella los labios pintados de un rosa oscuro y la boca brilla en un arco delicioso y completamente inasequible y él se imagina dentro de ella, manos en la cintura, la boca contra la boca de ella en un zaguán en el Cielo, mientras suenan las canciones melosas de amor, canciones horribles diseñadas por cientificos locos de Miami, de nueva York, de Nuestra Señora de Los Ángeles, pregunta tenuemente: querés bailar? La joven mujer no se da por aludida: no puede escuchar mas que el acercamiento torpe, el movimiento de la carne purtefacta hacia sus pies, arrastrandose, y el precio para cojerla costará mucho más que buenas intenciones. El joven de piel blanca le pregunta de vuelta a la mujer de piel marrón si quiere bailar. Repite: queres bailar? La chica sonrié, dice: no. Desmoronamiento. Bocadillo de la muerte. Bocadillos. El joven sigue de largo. Ese hablar cuesta mucho, horrores. Dos metros mas allá, otra vez, mismo procedimiento. Queres bailar? No. Y otra vez: querés bailar? No. El pobre muchacho y sus testículos llenos de tibia leche de su cuerpo. Nadie. nadie. nadie. Siempre será nadie. Esas chicas tenia razón de no hablar con ese traqueteante jovenzuelo de mejillas sonrosadas. Los participantes de la locura general son, por lo general, solo entusiastas fakes sin entendimiento total de la verdadera locura. redoble de platillos, la condenación tiene fecha de vencimiento, sonrien ardillas y monjas desvestidas huyen monntaña arriba! Vuela una torta de crema a través de un varilight que tajea a los deformes, alguien cae al suelo, replicando desde el lado sur, se escuchan chillidos, varios se caen al suelom en las oficinas del local litors de esperma en la boa de Las Elegidas, la musica se hace mas tenue, frenesí hermano mio, el joven corre a la barra a tomar una bandeja de espuma de afeitar. Hay seiscientos kilos de eso. Deberias haberlo hecho? Hay que buscar a una culpable. Tiremosle a todas, se confiesa, y un halo de santidad le rodea la cintura con vapores azules, la llama de los niños solares.  Busca a la mujer de piel marrón, la de los labios de miel, no la encuentra. Empieza a sonar el tema mas conocido de Joan Jett and The Blackhearts. El joven conoce el tema de algun lado pero no sabe quien lo canta, le gusta, pero no sabe, lo aprecia, ignora el reloj que ticktackea, es un grato momento para morirse, la torta de crema vuela por el aire en la medianoche invertida y profunda como un anzuelo brillante en las luces del boliche, alguien ha perdido un ojo, otro, se irá sin nada en las manos y en el glande, otro, no sabrá ni como se llama nunca mas del coma alcohólico que tendra por la mañana, soñará que habla en quechua en la escalerita retractil hacia el cielo, lo enterrarán tres dias mas tarde con una lagrima y una carta rosa en el responso. Son las cinco de la mañana, las mujeres están todas pensando en que quizas sería prudente evitar que se les moje la pollera en la zona de la ingle, el recinto que guarda la caja sagrada, el ticket de avion al cielo de los imbeciles. El muchacho se retira a una esquina y observa la escena. Nadie. Nadie. Nadie. carece de alas, el , yo y todos, Apresura el paso. Las botas se resbalan en la espuma, se cruza con una mujer de pechos perfectos, de caderas prohibidas por el censo comun de la miral, baja la cabeza, el flequillo tapa el ojo que brilla con un hálito de venganza añejada por mil noches de nueva insmonia, sale del local, es el único en la puerta de bronce pulido, lo baña la brisa de la mañana de verano, y todo huele a sótano y a calbes quemados, pasa un colectivo huyendo de la obscuridad, se lo toma, no sabe que numero es. Va hacia el norte y hacia el este. El juglar famélico y su brújula perfecta apuntan la naríz hacia el posible regreso a casa. Y estar aqui. entonces y ahora y entonces otra vez. Es el lugar equivocado para estar cuando todos muestran los dientes en ese otro lugar, pero es el mejor lugar. A la izquierda, en el fondo, para atrás y al sur de la locura.

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