Era un cuarto muy alto, con las paredes pintadas de gris, con una mesa de metal gris, una psicóloga forense gris y el hombre que se sentaba delante de la psicóloga se estaba poniendo blanco. Ella tenia una cara de pena, como si una criatura tan hermosa no pudiera estar delante de ella, tan santa, tan boba, el, ella. Algunos. Algunos somos así.
- Bien, Alfonso, te voy a mostrar algunas cosas y vos me vas a decir que ves en ellas, bien?
La psicologa forense se puso de costado como si en realidad no le importara mucho el tema, cosa que era cierto. Cansina, levanto suavemente la primer cartulina con el test de Rorschach con una mano indolente y descuidada. Alfonso puso sus manos en la falda y se acercó al test.
La mancha parecia los sesos desparramados de un bastardo insolente que hubiera insultádole. Seguramente que se lo merecia. Los sesos habian salido volando por todos lados y habian caido, mayormente, contra el suelo después de un vuelo muy impresionante. Ahi habian quedado. Plotch! En el suelo.
- Parece una flor, una orquídea blanca.
La psicologa puso el test debajo de los otras cartulinas, y del montoncito sacó la siguiente y la dio vuelta hacia Alfonso.
- Y esta?
Alfonso inspiró suavemente y contuvo la respiracion. A ver...
Carraspeó, aclarándose la voz, sintiendose muy liviano y muy pensativo. Esta segunda mancha parecia una mano esqueletica y mohosa y centenaria tratando de alcanzar un sachet de sangre podrida para una transfusión en un hospital centenario mientras los locos zombies pugnaban por entrar en busca del cerebro que Alfonso hubiera volado por el aire por el insulto imperdonable.
La psicologa parecia bondadosa y cansada y amable. Podia ser cierto...
- Parece... un perro encontrandose para jugar con otro perro, parece que se estuvieran dando un beso.
- Que clase de beso?
- Uno lleno de amor.
Alfonso bajó la vista por un momento y pensó en cerros, en chinas, en perros muertos.
Y añadió: - Uno sincero.
El test pasó al fondo de la pila. Otra cartulina. La psicóloga endureció los labios y a Alfonso se le dilataron las pupilas.
Y este?- dijo la psicologa, sentándose mas derecha y mas atenta.
El tercer test parecia una calavera de un feto de dos meses. El feto tendria muchisima mala suerte de nacer con ESE craneo, si es que salía con ESE craneo. Esas cosas pasaban. Hidrocefalia, talidamida, maltrato intrafetal, deformaciones durante el parto, fórceps, mala suerte, mala madre, medicaciones y drogas durante la gestación, enfermedades, el Hombre Elefante, las mellizas con un solo cuerpo en pueblo podrido del sur de Texas. La cara de Flavio Mendoza. Las chances y las ramificaciones de la mala leche y la mala suerte eran extensas.
- Parece un cono de helado.
- De que gusto?-, dijo la psicologa, achinando los ojos.
- Del que mas te guste.
La psicologa apuntó algo en una hoja por un minuto. Breve, conciso. de vez en cuando, echaba una mirada a las manos de Alfonso en su falda, sarmentosas, tal vez demasiado para sus veintisiete años, Alfosno, que estaba muy quieto y nada sereno, por dentro, en su silla gris, en su blancura, en su criminalidad innata. Los nudillos se le ponian mustios y la cara estaba cansada y harta de todo, como si quisiera explotar por el aire y una parka le cincelara los rasgos con el hartazgo. No tenia trabajo. Se estaba muriendo de hambre en un cuartucho donde las arañas cantaban el himno nacional. Padre muerto, madre loca, hermana rica, sin hijos, sin auto, sin condominios, sin pan, sin cerveza, sin amigos, sin mujer, y las zapatillas tenian una costra de medio centimetro de moho ahi donde pisaba un imaginario cigarrillo. Las cosas solo iban, hasta que las cosas se inclinaron sobre sus propias costillas y las cosas empezaron a ladear para estar... no tan bien.
- Bueno Afonso, una ultima cartulina y no te molesto mas.
- Está bien. No hay problema.
La cartulina estaba revestida por un añoso film plastificado. Brillaba con una gran tristeza apènas colorida.
Las manos de Lucía la psicóloga era aún jóvenes, tenia las uñas pintadas de rojo, como su corazón, que queria hacerle saber al mundo de una manera timida pero charlatana de que valia la pena echarle una mirada a lo que habia ahi dentro. Estaba seis horas al dia sentada en ese cuarto roñoso viendo la cara y el alma a la peor escoria del pais, eran todos culpables de algo y eso no le dolia ni le importaba. Mas bien le causaba una impotencia sentimental apenas velada que se transformaba, cuando volvia a casa, en furiosas masturbaciones y en un sentimiento de mierda, como si tuviera el lomo cubierto de gruesos pelos de jabalí. Llegaba a casa, se duchaba, encendia la television por cable, sintonizaba el History Channel y se hacia una sopa de arvejas con jamón y tomaba medio Valium y una cerveza sin alcohol, pensando en como rezaba la abuela al borde de la cama, en silencio, cuando ella era niña, moviendo los labios suavemente, con apenas un sibilo casi imperceptible que era mas atronador que cien mil tiros entre los ojos. Tenia fé en si misma pero no tenia a nadie a quien contárselo. Su jefe era una bestia psicótica que habia encanado a mas de uno sin saber por qué y eso le gustaba. A él. Escribia unos treinta reportes psicologicos por turno y cuando se ponia a llover afuera podia saberlo con solo escuchar los pies apresurados amortiguarse con la fina pelicula de agua que mojaba las veredas.
Lucia usaba una polera negra con un gran cuello y el pelo negro se alzaba en volutas sobre sus hombros. No era bonita, pero lanzaba rayos llenos de mensajes. Tenia unos treinta y dos años y vivia una vida sentimental rutinaria sazonada de argucias pequeñas, de guiños imperceptibles a hombres con la inteligencia de un castór. Entraba en ellos, los miraba por dentro, decia "Gracias"... y volvia a casa a masturbarse en silencio, desnuda al borde del inodoro. Muchas veces lloraba cuando acababa, y los orgasmos estaban muy lejos de ser puramente sexuales sino mas bien eran el aullido de una loba milenaria que sangraba por su clítoris, y se tapaba la boca para que los vecinos no se dieran cuenta no solo de que era infeliz, sino que acababa siendo tan infeliz. Se quedaba aferrada con una mano al borde del lavatorio, entre espasmos tristisimos moqueando mientras caian las lagrimas y el corazón bombeaba mas y mas sangre y la visión negra daba pàso a la luz de la bombilla electrica, mientras en el living room, en la tevé, los animales se destrozaban los unos a los otros, para aniquilarse, para amarse, para reproducirse, o simplemente para hacer espacio.
Tenia arruguitas en los costados de los ojos oscuros, y en el tabique de la nariz. Se ponia cremas caras que no funcionaban, juraba que no creia en ningun dios.
- Esta es la ultima, Alfonso. Mírela bien.
Alfonso acercó la silla al escritorio con tranquilidad, inclusive con un poco de parsimonia, mínima; puso un codo en el escritorio, y con una pequeña, pequeñisima sonrisa interna, observó la mancha.
Entonces Lucia dio vuelta la cartulina, del lado que no habia mas que vacío. En el medio habia un numero. Era un numero de telefono, no era un celular, era un telefono de linea y estaba escrito con fibra negra sobre la superficie plastificada del test de Rorscharch.
- Lo puede ver bien?
-Si.
- Ok, yo creo que lo vió bien. Memorícelo.
Bajó la cartulina, pasó la mano por el número, el numero se borro casi sin dejar mancha y Lucia no sonrió. Simplemente dijo, con los ojos como piedras en el fondo del río:
- Gracias Alfonso. A las nueve llego a casa.
Le tendió la mano al criminal, una mano blanda, verde, hermosa.
Alfonso pensó que la justicia, a travez de la historia, habia querido pactar, en ocasiones excepcionales, con aquellos que eran objeto del peso total y furioso de la ley. En el fondo, crimen y ejecución habian querido hermanarse en un impasse por pertenecerse por designio divino el uno a el otro.
Alfonso era culpable, pero acaso no lo eramos todos, no lo somos todos en algun momento de la vida? Salió por la puerta con un escozor agradable en las piernas y el pecho revuelto y corceando, y cuando pasara a la luz y a la tiniebla de la tormenta de la tarde por la puerta de Tribunales, con los ojos secos y las manos llenas de vides, una paloma miraria hacia el con los ojos rojos y todos los hombres seguirian sin tener el menor sentido.
Hasta las nueve.
El y ella iban a ser grandes amigos.
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