Ayer a la noche me acuclillé a fumar un cigarrillo a la salida de una pizzeria y me encontré cara a cara con un niñito con una malformación en el cráneo. Los ojos muy separados. Carita de Quasimodo. Di una pitada al cigarro. Me miró. Lo miré. Alejé el cigarrillo y le hice una mueca. Me miró otra vez y hice un puchero. Se sonrió. Hice unos gestos con la boca y abrió la boquita con unos dientes de leche con la sonrisa y los ojos llenos de gozo y movió las manitos en el aire con gran energía. Hace rato que no me sonreían así. No recuerdo bebé mas lindo que yo hubiera visto en toda mi vida. Los padres eran jovenes, llevaba el padre en los brazos a una niña rubia. Él era muy joven, ella era joven, tenian camisas blancas muy pulcras, parecian pararse debajo de un gran peso invisible desde sus rostros; veian los precios de los platos a la salida de La Americana con caras muy solemnes. Entonces lentamente siguieron su camino hacia la esquina, pasando la boca del el Subte de la Estación Uruguay y cruzaron la calle. Yo terminé mi cigarrillo, lo arrojé a la calle y bajé hacia el tren, sin poder dejar de pensar. Quien podria, no? Un hijo tan hermoso. Y: primero hay que ser padre, y después tener un hijo.
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