SOY LO QUE ESTALLA EN EL CIELO
Mi madre, si es que se le puede llamar mi madre, esa cosa blanda y blanca, me trajo a casa un dia hace mushos años atrás, casi treinta. Entré por la puerta, por lo que puedo recordar intensa y vívidamente, un dia de lluvia, era una lluvia helada. Yo tenia un pequeño anorak naranja y una cofia de lana rosa. En la radio, arriba de una mesa enchapada en melamina negra, había una radio, y sonaba un tango muy mustio y mortecino, como algo que da vueltas sin razón de autoconocimiento pero que añora querer parar, esta estúpida tonada que languidecía desde el pequeño parlante monofónico.
En la silla en la otra punta de la mesa, estaba sentado un señor con una pequeña barriga en unos pantalones sostenidos por dos tiradores, en su cara un leve mostacho extraño y estrecho, y un brillo muy especial en los ojos. Por un momento pensé que sería mi futuro padre, el hombre que reemplazaria a mi padre nebuloso y a mi madre que ponia sus tetas en mi boca, pero con el correr de los dias y de las semanas, a travez de su trato leve y excesivamente luminoso y amable, me di cuenta de que nunca lo habia sido, que nunca sería mi padre, o cualquier padre y, ultimamente, que querria llevarme a su cama o a lo prfundo de lo que hubiera en su interio. Lo hizo, muchas veces. Tenia cinco años y fue la mejor experiencia sexual de mi vida. Solo recuerdo su cuerpo inflado y fofo contra el mio, yo arriba de esa misma mesa, mi estomago blanco contra la mesa negra y fría, mis pantaloncitos y sus dedos hurgando en mi vagina con la misma radio al lado de mi cara, pero apagada, sin una sola música para regalarme, y su magnetismo metalico estático y el olor a transistores quemados de estar en overdrive, como olvidar eso? El aparato inerte, como un cuerpo anónimo descompuesto, arrojado a pudrirse a descansar . Esa radio olía a tiempos de antaño, a historias enclaustradas en el cerebro de personas que siempre fueron un misterio, pero que yo intuía desde mi pequeño cerebrito habían trabajado arduamente para convertir los rasgos de sus rostros en un descifrable stándard, material de facil descarte. En un momento de el bombear de sus dos dedos en mi pequeña vulva, mientras yo me mecía suavemente entre pequeños gemidos, vi a mi madre adoptiva observar desde detrás de la pierta entornada y solo pude notar en su testa tosca una cara que mucho tiempo después pude identificar como un asco severo y una impotencia sentimental profunda, y fué eso lo que me arrancó de un solo ojo la única lágrima que he llorado con sinceridad en toda mi vida.
Muchos años despues a veces veía a mi madre acercarse a la mesada de la cocina y acercarse a esa vieja radio, una Noblex Giulietta de baquelita y entretejido de acero inoxidable sobre el el pequeño parlante, y, estando aun de espaldas, sirviendo el primer mate para pasarmelo de su mano a mi mano, antes de que se diera vuelta a ofrecerme su cuerpo de vuerguenza, podía jurar que le daba miradas furtivas a el viejo aparato, con un crispar de la nuca, un leve temblor insano de pensamiento de tonto cordero, apenas torciendo el cuello para evitar ser descubierta en el agujero negro mas grande de todas sus verguenzas, y tal vez de sus placeres. Ella, el sacrificio. Habiendo sido ubicada en el seno de una familia profundamente disfuncional y pervertida por la malicia mas exorbitante, los años pasaron y me transformé en una mujer adulta de ciento setenta kilos, el ansia brotandome de la yugular para atrapar todo lo que tuviera cerca con la boca, a dentelladas, a bocanadas, acostandome con dos o tres tipos por noche y madrugada, a travez de llamdas telefonicas que hoy no me dan verguenza pero si grandes y mundanas historias tristes, de una tristeza azul casi transparente, las cuales recuerdo arriba de esta lluvia, arriba de las nubes de plomo, arriba de el plomo de bala de la pistola que se esconde por encima de ellas la esperanza de un sol perfecto. Nunca tuve ese sol perfecto, nunca lo extrañé, nunca tuve una verguenza completa solidificándose sobre mis dias. La sodomizacion es un acto que se practica a diario en todos los niveles de la vida, primero son tus padres colocandote listones azules para ir al colegio de monjas, despues son las monjas que te pegaban con una vara cuadrada con la métrica zahiriente de los preceptos mas hermosos, essas putas fanaticas de los manuales, y te daban en los nudillos, en el culo y en las rodillas, todos lugares que ese Dios del Amor siempre odia haber creado, las putas trsites te levantaban la pollera para ver si habias concurrido al colegio con las bombachas negras de raso negro de rigor, y entonces te mandaban a lavarte la boca con detergente, y una, yo se mojaba toda y las putas, esos animales sin esperanza alguna en realidad, podian olerlo, podian olerme, y entonces cuando el baho limpio les embargaba el alma a travez de los pelos de sus fosas nasales se iban raudas a pajearse a la sacristía de el internado. Siemprte quise no matarlas. No me inspiraban mas que un deseo cetrino y apagado, como una colilla de cigarrillo aun humeante en el suelo a punto de ser aplastada por un zapato, o el pan verde de tres dias en la panera, o mis amigas rubias contra la pared mirando mis ojos que miraban los de ellas, yo, preguntandome como lo hacian, como podian llevar vidas tan fuera de las leyes sentimentales... ninguna parecia penar por nad, y yo devanandome los sesos, aterrada de mis propios planteos y entonces el terrible sentimiento del remordimiento, el cual tenía una forma vaga e inexplayable. Las pequeñas perras, ni siquiera tenian los mostachitos rubios arriba de el labio superior, u olor a chica. No transpiraban, nunca putaban, nunca callaban, y cuando nunca callaban nunca decían nada inapropiado. Parecian exhalar un perfume perfecto en violencia, y yo no las odiaba, mas bien las estudiaba, como estudiaba a el hermano de mi madre cuando me metia los dedos adentro en la panza, sus uñas rascandome las tripas, quince centimetros de hueso doble, doble cuero reseco, doble grasa, y doble inapelabilidad.
Un dia estabamos con mi madre ya canosa y cansada, ella con el mate de plata en la mano, probábamos ese adorno imposible de usar para una mateada normal. El cáliz de un santo muerto. Nos habiamos reido mucho de esa cosa que había dejado en una estanteria muy relamida ese hombre horrible, con su coleccionismo de el día a día, noche a noche, vejación tras vejación, algunas mas sutiles y complejas que la violación, unos susurros, una mirada furtiva ya en el ultimo tramo de su acatisia, ya silencioso como una gran oruga sin sorpresas. Lo tomamos de la repisa de arriba, lo lavamos, las dos temblorosas y rozandonos las puntas mojadas y rojas de los dedos por tocar ese pequeño y pobre osario de un maldito, lo lavabamos concienzudamente con agua caliente y detergente para quitarle el verdín de el óxido de plata. Lo secamos casi con reverencia, con un recogimeitno de una naturaleza casi salvaje y animal. De mi mano pasó a su mano y mi madre adoptiva, esa carne que no era mi carne esa carne que habia en cierta manera, con su silencio enfermo, condenado mi propia carne y envenenado mi sangre, me devolvió el recipiente brillante y fue como una pasada de antorcha, como el arquero prendiendo el fuego olímpico en la fuente de un cambio de guardia.
Ni siquiera recuerdo donde está su tumba.
Lo llené rapidamente de yerba, no lo agité ni lo preparé concienzudamente, no hubo ritual ni espiritualidad patente excepto el del ultraje generacional, el unico espiritualismo fue solo un leve recuerdo de lo tácito, lo que brama la boca cosida, de las repetidas vejaciones, de lo que se hace cuando no se hace nada con lo que te hacen, y en mi entrepierna sentí un vaho repentino asaltándome la cara, un puñetazo salado muy conocido, una humedad bien conocida, esa cosa donde los chicos metian sus narices, a veces dos o tres al mismo tiempo mordiendome la carne anterior de los hijares mientras yo cerraba los ojos rezando a los pies de una cama adolescente de mantas sucias.
Nos sentamos a la mesa, la radio a mis espaldas, la pude ver con los ojos detras de los pelos de mi nunca, la silla hizo un gozne debajo de toda mi grasa y mis músculos y mis muslo. No la sentí caer ni a la silla ni a mi madre, solo mi gran y gordo culo lleno de una felicidad festiva, casi bovina. Y mi madre al lado mio, no acuclillada, sino de rodillas. Su cuerpo doblado al fin. La explicación de todo, su semblante trizado por la fragmentación al fin evidente. Alcanzandome el mate, un mate caliente con agua pura como la cocaína mas pura, y en sus ojos vi mis ojos y entonces ella dijo: Conozco. Y dijo, con la voz como una flauta muy aguda: Y me acuerdo que cuando te vi por primera vez pensé que tenias ojos azules, pero cuando las sombras de la guardería se hizo mas un poco mas soportable, vi que tenias los ojos del color marrón mas oscuro que vi en mi vida. Los ojos del color de los arboles marrones mas oscuros, y cuando me veías, me vi a mi misma, me sentí enana y permeable, sentada en una veranda entrerriana, esperando que pase algo, que alguien me tomara del antebrazo y me llevara a algun lado a besarme.
- A partirte.
- No, solo a besarme, tal vez tocarme. Siempre quise que tuvieras una vida un poco mejor que la mía. Pero ahora no sé lo que quiero.
- La tengo.
- Sí pero te hicimos daño.
- Eso ya está hecho.
Sorbí de la bombilla, la espalda contra la mesada de la bacha, un chichón en la cabeza con mi pelo fosco y mis sensaciones embotagaddas, los pechos subiendo y bajando con el corazón corriendo a mil millas nauticas por segundo. Me sentí sucia y santificada al mismo tiempo, mis glandulas corriendo rápido pero bien entrenadas para dar a conocer solo lo indispensable de información ante los... extraños.
Una mujer ya mayor, solo esperando a que toque la puerta un lechero mágico.
Me levanté y pensé, o me compro una silla de metal, o me hago una dieta. Tal vez la dieta fuera un buen cambio. Una mujer grande a horcajadas de un tipo seis veces mas ligero que una puede ser una escena bastante perturbadora, en especial para el jovencito que se encuentra abajo trabajandome la concha.
Debió haber sido lo de los ojos, lo del espejo del alma... o todas las novelas romanticas de Corinne Tellado que nunca leí en esas tiendas de libros apolillados y apestosos con esas viejas dependientas detras de los mostradores con sus vaginas mustias debajo de alguna vieja pollera descolorida contenidolas, asiéndolas y enterrandolas vivas segundo a segundo, ofreciendo solo arboles muertos en finas fetas. No las culpo. Debí prestarles mas atencion, hoy, en este dia tan aciago, en el que recuerdo todo en la luminosidad de la antesala del suicidio moral, las recuerdo, las santas protectoras que nunca emitieron un juicio profundísimo sobre el color de mis ojos, los cortes y las marcas de mordidas y los veinte puntos aún por disolverse en mi entrepierna, los pedazos de labia minora faltantes en mi sexo, los cortes ya cicatrizados en mi boca, mi ojo un tanto torcido hacia afuera, y en especial lo ajado de mis manos aún tan jovenes por dentro, adentro en mis huesos, los huesos que protegen los canales de mis venas adolescentes que todavía brillan a la noche en el asiento de atrás de un buen auto nuevo mientras miento que es la noche mas brillante y mas hermosa de mi vida y mi cara se programa en un ballet secuenciado de engranajes para el encanto total. Las calzas bajan hasta la parte inferior de mis cachas y el chambelán de turno me corta y me parte en mil pedazos mientras elevo una plegaria aprendia bien de memoria bien desde niña, mostrando mi diente de oro y mi pezón crispado, oh mi gran memoria de elefante con la cual cubro mis huesos mis manos mis muslos rotos mis tetas descomunales, y mi gran y noble corazon, mientras todo lo que pueda entrar dentro mio entra, en mi recto, en mi boca, y en lo mas profundísimo de mis grandes y cariñosos ojos azules de la alegría. Me aferro a todo. Sí, un monocorde y reverberante SÍ: Reventada, ungida, recompuesta y puesta de vuelta en valor y a funcionar como un organismo perfecto, como un viejo y robusto reloj inglés al que se le puede dar cuerda con todo el orgullo de lo que acusa un centenio, hasta la pronunciación de defunción mas certera y más consecuente. A veces cuando pienso en el invierno, puedo ver delante de mis ojos una Buenos Aires no cubierta de una inverosímil nevada de copos muy ligeros sino de listones azules y las niñas blondas, esas puticas de papi y mami, aterradas detras de sus ojos desnudos y de sus cuerpos congelados cubiertos por mis listones listas para ser guadañadas por un listón final, mi listón, y no siento verguenza ni enojo, solo acepto a una parte azul de mi corazón hacerse mas grande y fuerte en el recuerdo y en el salto hasta este presente que es del color de un ámbar muy intenso y un tanto melancólico, el escenario de la carnicería solo arrulado al sosiego por un insistente sibilar de una colina y sus cipreses, tan perfectos como cónicos y demenciales, de un verde solemne y totémico lamiendo cansinamente con su electricidad el plomo cianótico del cielo.
Creo que me hice DJ para tapar con musica monocrómica todos los colores que quieren romperme el cuerpo una vez que llego a destino. Por eso escribo esta música, que guardo en las sombras de un server impersonal, y mientras tanto espero. Duermo hasta tarde, me despierto al romper de la noche con beats que no corren a menos de ciento cuarenta beats por minutos, y contra la pared del club, en las sombras de un reservado, fumo mis joints, hecha solo ojos pequeños negros negros negros, crucificada contra mi cruz de humo, de la cual no me arrepentí nunca, y a la que guardo celosamente como a mi documento de identidad.
Mi madre, si es que se le puede llamar mi madre, esa cosa blanda y blanca, me trajo a casa un dia hace mushos años atrás, casi treinta. Entré por la puerta, por lo que puedo recordar intensa y vívidamente, un dia de lluvia, era una lluvia helada. Yo tenia un pequeño anorak naranja y una cofia de lana rosa. En la radio, arriba de una mesa enchapada en melamina negra, había una radio, y sonaba un tango muy mustio y mortecino, como algo que da vueltas sin razón de autoconocimiento pero que añora querer parar, esta estúpida tonada que languidecía desde el pequeño parlante monofónico.
En la silla en la otra punta de la mesa, estaba sentado un señor con una pequeña barriga en unos pantalones sostenidos por dos tiradores, en su cara un leve mostacho extraño y estrecho, y un brillo muy especial en los ojos. Por un momento pensé que sería mi futuro padre, el hombre que reemplazaria a mi padre nebuloso y a mi madre que ponia sus tetas en mi boca, pero con el correr de los dias y de las semanas, a travez de su trato leve y excesivamente luminoso y amable, me di cuenta de que nunca lo habia sido, que nunca sería mi padre, o cualquier padre y, ultimamente, que querria llevarme a su cama o a lo prfundo de lo que hubiera en su interio. Lo hizo, muchas veces. Tenia cinco años y fue la mejor experiencia sexual de mi vida. Solo recuerdo su cuerpo inflado y fofo contra el mio, yo arriba de esa misma mesa, mi estomago blanco contra la mesa negra y fría, mis pantaloncitos y sus dedos hurgando en mi vagina con la misma radio al lado de mi cara, pero apagada, sin una sola música para regalarme, y su magnetismo metalico estático y el olor a transistores quemados de estar en overdrive, como olvidar eso? El aparato inerte, como un cuerpo anónimo descompuesto, arrojado a pudrirse a descansar . Esa radio olía a tiempos de antaño, a historias enclaustradas en el cerebro de personas que siempre fueron un misterio, pero que yo intuía desde mi pequeño cerebrito habían trabajado arduamente para convertir los rasgos de sus rostros en un descifrable stándard, material de facil descarte. En un momento de el bombear de sus dos dedos en mi pequeña vulva, mientras yo me mecía suavemente entre pequeños gemidos, vi a mi madre adoptiva observar desde detrás de la pierta entornada y solo pude notar en su testa tosca una cara que mucho tiempo después pude identificar como un asco severo y una impotencia sentimental profunda, y fué eso lo que me arrancó de un solo ojo la única lágrima que he llorado con sinceridad en toda mi vida.
Muchos años despues a veces veía a mi madre acercarse a la mesada de la cocina y acercarse a esa vieja radio, una Noblex Giulietta de baquelita y entretejido de acero inoxidable sobre el el pequeño parlante, y, estando aun de espaldas, sirviendo el primer mate para pasarmelo de su mano a mi mano, antes de que se diera vuelta a ofrecerme su cuerpo de vuerguenza, podía jurar que le daba miradas furtivas a el viejo aparato, con un crispar de la nuca, un leve temblor insano de pensamiento de tonto cordero, apenas torciendo el cuello para evitar ser descubierta en el agujero negro mas grande de todas sus verguenzas, y tal vez de sus placeres. Ella, el sacrificio. Habiendo sido ubicada en el seno de una familia profundamente disfuncional y pervertida por la malicia mas exorbitante, los años pasaron y me transformé en una mujer adulta de ciento setenta kilos, el ansia brotandome de la yugular para atrapar todo lo que tuviera cerca con la boca, a dentelladas, a bocanadas, acostandome con dos o tres tipos por noche y madrugada, a travez de llamdas telefonicas que hoy no me dan verguenza pero si grandes y mundanas historias tristes, de una tristeza azul casi transparente, las cuales recuerdo arriba de esta lluvia, arriba de las nubes de plomo, arriba de el plomo de bala de la pistola que se esconde por encima de ellas la esperanza de un sol perfecto. Nunca tuve ese sol perfecto, nunca lo extrañé, nunca tuve una verguenza completa solidificándose sobre mis dias. La sodomizacion es un acto que se practica a diario en todos los niveles de la vida, primero son tus padres colocandote listones azules para ir al colegio de monjas, despues son las monjas que te pegaban con una vara cuadrada con la métrica zahiriente de los preceptos mas hermosos, essas putas fanaticas de los manuales, y te daban en los nudillos, en el culo y en las rodillas, todos lugares que ese Dios del Amor siempre odia haber creado, las putas trsites te levantaban la pollera para ver si habias concurrido al colegio con las bombachas negras de raso negro de rigor, y entonces te mandaban a lavarte la boca con detergente, y una, yo se mojaba toda y las putas, esos animales sin esperanza alguna en realidad, podian olerlo, podian olerme, y entonces cuando el baho limpio les embargaba el alma a travez de los pelos de sus fosas nasales se iban raudas a pajearse a la sacristía de el internado. Siemprte quise no matarlas. No me inspiraban mas que un deseo cetrino y apagado, como una colilla de cigarrillo aun humeante en el suelo a punto de ser aplastada por un zapato, o el pan verde de tres dias en la panera, o mis amigas rubias contra la pared mirando mis ojos que miraban los de ellas, yo, preguntandome como lo hacian, como podian llevar vidas tan fuera de las leyes sentimentales... ninguna parecia penar por nad, y yo devanandome los sesos, aterrada de mis propios planteos y entonces el terrible sentimiento del remordimiento, el cual tenía una forma vaga e inexplayable. Las pequeñas perras, ni siquiera tenian los mostachitos rubios arriba de el labio superior, u olor a chica. No transpiraban, nunca putaban, nunca callaban, y cuando nunca callaban nunca decían nada inapropiado. Parecian exhalar un perfume perfecto en violencia, y yo no las odiaba, mas bien las estudiaba, como estudiaba a el hermano de mi madre cuando me metia los dedos adentro en la panza, sus uñas rascandome las tripas, quince centimetros de hueso doble, doble cuero reseco, doble grasa, y doble inapelabilidad.
Un dia estabamos con mi madre ya canosa y cansada, ella con el mate de plata en la mano, probábamos ese adorno imposible de usar para una mateada normal. El cáliz de un santo muerto. Nos habiamos reido mucho de esa cosa que había dejado en una estanteria muy relamida ese hombre horrible, con su coleccionismo de el día a día, noche a noche, vejación tras vejación, algunas mas sutiles y complejas que la violación, unos susurros, una mirada furtiva ya en el ultimo tramo de su acatisia, ya silencioso como una gran oruga sin sorpresas. Lo tomamos de la repisa de arriba, lo lavamos, las dos temblorosas y rozandonos las puntas mojadas y rojas de los dedos por tocar ese pequeño y pobre osario de un maldito, lo lavabamos concienzudamente con agua caliente y detergente para quitarle el verdín de el óxido de plata. Lo secamos casi con reverencia, con un recogimeitno de una naturaleza casi salvaje y animal. De mi mano pasó a su mano y mi madre adoptiva, esa carne que no era mi carne esa carne que habia en cierta manera, con su silencio enfermo, condenado mi propia carne y envenenado mi sangre, me devolvió el recipiente brillante y fue como una pasada de antorcha, como el arquero prendiendo el fuego olímpico en la fuente de un cambio de guardia.
Ni siquiera recuerdo donde está su tumba.
Lo llené rapidamente de yerba, no lo agité ni lo preparé concienzudamente, no hubo ritual ni espiritualidad patente excepto el del ultraje generacional, el unico espiritualismo fue solo un leve recuerdo de lo tácito, lo que brama la boca cosida, de las repetidas vejaciones, de lo que se hace cuando no se hace nada con lo que te hacen, y en mi entrepierna sentí un vaho repentino asaltándome la cara, un puñetazo salado muy conocido, una humedad bien conocida, esa cosa donde los chicos metian sus narices, a veces dos o tres al mismo tiempo mordiendome la carne anterior de los hijares mientras yo cerraba los ojos rezando a los pies de una cama adolescente de mantas sucias.
Nos sentamos a la mesa, la radio a mis espaldas, la pude ver con los ojos detras de los pelos de mi nunca, la silla hizo un gozne debajo de toda mi grasa y mis músculos y mis muslo. No la sentí caer ni a la silla ni a mi madre, solo mi gran y gordo culo lleno de una felicidad festiva, casi bovina. Y mi madre al lado mio, no acuclillada, sino de rodillas. Su cuerpo doblado al fin. La explicación de todo, su semblante trizado por la fragmentación al fin evidente. Alcanzandome el mate, un mate caliente con agua pura como la cocaína mas pura, y en sus ojos vi mis ojos y entonces ella dijo: Conozco. Y dijo, con la voz como una flauta muy aguda: Y me acuerdo que cuando te vi por primera vez pensé que tenias ojos azules, pero cuando las sombras de la guardería se hizo mas un poco mas soportable, vi que tenias los ojos del color marrón mas oscuro que vi en mi vida. Los ojos del color de los arboles marrones mas oscuros, y cuando me veías, me vi a mi misma, me sentí enana y permeable, sentada en una veranda entrerriana, esperando que pase algo, que alguien me tomara del antebrazo y me llevara a algun lado a besarme.
- A partirte.
- No, solo a besarme, tal vez tocarme. Siempre quise que tuvieras una vida un poco mejor que la mía. Pero ahora no sé lo que quiero.
- La tengo.
- Sí pero te hicimos daño.
- Eso ya está hecho.
Sorbí de la bombilla, la espalda contra la mesada de la bacha, un chichón en la cabeza con mi pelo fosco y mis sensaciones embotagaddas, los pechos subiendo y bajando con el corazón corriendo a mil millas nauticas por segundo. Me sentí sucia y santificada al mismo tiempo, mis glandulas corriendo rápido pero bien entrenadas para dar a conocer solo lo indispensable de información ante los... extraños.
Una mujer ya mayor, solo esperando a que toque la puerta un lechero mágico.
Me levanté y pensé, o me compro una silla de metal, o me hago una dieta. Tal vez la dieta fuera un buen cambio. Una mujer grande a horcajadas de un tipo seis veces mas ligero que una puede ser una escena bastante perturbadora, en especial para el jovencito que se encuentra abajo trabajandome la concha.
Debió haber sido lo de los ojos, lo del espejo del alma... o todas las novelas romanticas de Corinne Tellado que nunca leí en esas tiendas de libros apolillados y apestosos con esas viejas dependientas detras de los mostradores con sus vaginas mustias debajo de alguna vieja pollera descolorida contenidolas, asiéndolas y enterrandolas vivas segundo a segundo, ofreciendo solo arboles muertos en finas fetas. No las culpo. Debí prestarles mas atencion, hoy, en este dia tan aciago, en el que recuerdo todo en la luminosidad de la antesala del suicidio moral, las recuerdo, las santas protectoras que nunca emitieron un juicio profundísimo sobre el color de mis ojos, los cortes y las marcas de mordidas y los veinte puntos aún por disolverse en mi entrepierna, los pedazos de labia minora faltantes en mi sexo, los cortes ya cicatrizados en mi boca, mi ojo un tanto torcido hacia afuera, y en especial lo ajado de mis manos aún tan jovenes por dentro, adentro en mis huesos, los huesos que protegen los canales de mis venas adolescentes que todavía brillan a la noche en el asiento de atrás de un buen auto nuevo mientras miento que es la noche mas brillante y mas hermosa de mi vida y mi cara se programa en un ballet secuenciado de engranajes para el encanto total. Las calzas bajan hasta la parte inferior de mis cachas y el chambelán de turno me corta y me parte en mil pedazos mientras elevo una plegaria aprendia bien de memoria bien desde niña, mostrando mi diente de oro y mi pezón crispado, oh mi gran memoria de elefante con la cual cubro mis huesos mis manos mis muslos rotos mis tetas descomunales, y mi gran y noble corazon, mientras todo lo que pueda entrar dentro mio entra, en mi recto, en mi boca, y en lo mas profundísimo de mis grandes y cariñosos ojos azules de la alegría. Me aferro a todo. Sí, un monocorde y reverberante SÍ: Reventada, ungida, recompuesta y puesta de vuelta en valor y a funcionar como un organismo perfecto, como un viejo y robusto reloj inglés al que se le puede dar cuerda con todo el orgullo de lo que acusa un centenio, hasta la pronunciación de defunción mas certera y más consecuente. A veces cuando pienso en el invierno, puedo ver delante de mis ojos una Buenos Aires no cubierta de una inverosímil nevada de copos muy ligeros sino de listones azules y las niñas blondas, esas puticas de papi y mami, aterradas detras de sus ojos desnudos y de sus cuerpos congelados cubiertos por mis listones listas para ser guadañadas por un listón final, mi listón, y no siento verguenza ni enojo, solo acepto a una parte azul de mi corazón hacerse mas grande y fuerte en el recuerdo y en el salto hasta este presente que es del color de un ámbar muy intenso y un tanto melancólico, el escenario de la carnicería solo arrulado al sosiego por un insistente sibilar de una colina y sus cipreses, tan perfectos como cónicos y demenciales, de un verde solemne y totémico lamiendo cansinamente con su electricidad el plomo cianótico del cielo.
Creo que me hice DJ para tapar con musica monocrómica todos los colores que quieren romperme el cuerpo una vez que llego a destino. Por eso escribo esta música, que guardo en las sombras de un server impersonal, y mientras tanto espero. Duermo hasta tarde, me despierto al romper de la noche con beats que no corren a menos de ciento cuarenta beats por minutos, y contra la pared del club, en las sombras de un reservado, fumo mis joints, hecha solo ojos pequeños negros negros negros, crucificada contra mi cruz de humo, de la cual no me arrepentí nunca, y a la que guardo celosamente como a mi documento de identidad.
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