miércoles, 4 de enero de 2017

4 de enero, 8:43 a.m., 2016, Balvanera. Argieland. Tierra de putos. Indiada tipo Samsung 4G.


No tengo ni idea de que es la poesia, excepto de que uno lo pone en columnitas. Porque uno va a comprar algo, viste? Algo que uno no tiene, que te falta. Puede ser una bombilla para la iluminacion o papel higienico para sacarte la mierda. O papas para el hambre. Hambre es. Uno no para. Se te hace carne. Puede ser lo mas estupidisimo del mundo, pero uno baja las persianas o corre las cortinas para ver el afuera y el adentro mejor. Es una suerte de musica. Es algo que te lleva a desempolvar no solo una maquina de escribir, tambien la maquina te desempolva a vos. Estas veinte años haciendo poesia de la buena y un monton de la mala, pero esa maquina nunca te echa de al lado, no te reprocha, no te caga. Un gran invento de la industrializacion y la mecanizacion del trabajo en linea. Me gusta eso, la disidencia. Y me gusta andar al filo de eso, entre comprar un yogur o asomarme por el marco de la ventana a ver si ya empezaron a caer los misiles nucleares. A veces se pone jodido, pero me dijeron que hay una revolucion en marcha. A mi viejo tambien se lo dijeron mientras tipeaba con dos dedos en su IBM en la Caja de Prevision Social. Con su saco impecable a rayas, la gomina en el pelo, su gran nariz, sus manos sarmentosas de guitarrista. Tambien se lo dijeron a mi madre y a mis abuelos. Todos, mas o menos, sabemos que la revolucion està tardando. Està tardando mucho porque la mayoria hablamos de la revolucion y despues vamos y nos compramos media docena de facturas. Por eso a veces està bueno charlar con la viejita de abajo, con el pibe de la esquina con su boom box al taco, con la mujer de uno. Caminar por la calle un primero de enero y ofrecer cigarrillos a los que dejaron afuera del sistema, con las zapatillas rotas y un bebedero y una pastilla de jabon. No importa el calor. No importa que caiga este soldado otra vez. No importan los ruidos ni la falta de dinero. Ya comemos bastante caca, asi que con unos Guaymallenes y un poco de cerveza y las persianas abajo se està bien. Estamos acurrucados esperando o el mazazo final o un beso en la oscuridad, y ya no importa de quien. Hay que poner curitas y pancutàn, el diablo anda hot y està en la tele. Tiene un saco plateado de lentejuelas y me ofrece el pronostico del tiempo. No lo necesito. Yo tengo mi propio pronostico. Me esperan las montañas con su silencio y su enormidad pètrea y bondadosa. Me ofrece ambos sus senderos y sus precipicios. Es sincera, una montaña, en especial en una tierra pululada por enanos mentales. Tengo mis Baltimore a la izquierda, una birome en el medio al lado de dos encendedores rotos, dos pares de anteojos. Un tarrito con tornillos y cueritos de canillas. Entra un viento fresco por la ventana. Carla duerme. Ella es valiente y tambien se pregunta por la revoluciòn: dos llamados al dia para el reproche umbilical de rigor. Tiene un corazon del tamaño de una casa y esa casa me abriò las puertas a mi, que estoy lleno de cicatrices. Se merece al menos cuatro facturas bien frescas y recien hechitas. Yo trago mate y escucho a Aerosmith y estoy a punto de meterme en una camara de aislamiento tipo Estados Alterados o de enchufar la viola y volarle la cabeza a todos los macaquitos del barrio pa que aprendan. Mentira, no estoy escuchando a Aerosmith, estoy escuchando la version que hice el otro dia de What it takes.
Es loco, me olvido las letras todo el tiempo pero las que aprendì de joven en los noventas me las acuerdo a la perfeccion. La revolucion tenia el rostro fresco y rosado y vital, se abrìa los labios vulvares, sonrojàndose, detràs de un kimono de stickers indies. Prometìa todo un viaje. Cumpliò. Nunca he de olvidarme de eso: la raiz està fuerte y serà resiliente como un Panzer y me mirarà desde el espejo hasta el dia final. No quiero que eso muera. No se va a morir. Mi cuerpo y el de ustedes es finitesimal, pero esa revoluciòn se queda, con su sonrisa de buscona, como en un poster de 2da guerra mundial, con su bìcep arremangado y la sonrisa de una fisicoculturista que bien podria partirte los dientes de un pestañazo. Las revoluciones son asì a veces: porque te quiero te pego. Mientras tanto buscamos esa marcha escondida en el mecanismo secreto de la caja de cambios del Citröen 2CV. No nos olvidamos de esos paseos de niño cuando nos asabamos en ese asiento de cuerina. La columna persa en la Costanera Sur pasando fugazmente y nunca olvidada. El terreno ganado al rio de la Reserva Ecologica. El algodon de azucar. Encerrados en el baño como escarmiento. Los soldados de plastico. Las tortas de cumpleaños. Los mates mañaneros de hoy ya grandes, la musica, la lucha, el torniquete en la garganta, los cementerios como ultimo bastiòin del respeto, el paso del tiempo, el paso por los hospitales, el Paso de Borgos, el vampiro de la autocensura, las mujeres, los besos los polvos los abrazos, todos los puloveres de lana virgen y prìtina que desaparecieron de nuestras vidas y nuestros inviernos, tan gèlidos e inmateriales como todos nuestros juguetes desaparecidos.

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