Y asi fuè como Jorge Cadalso no daba pie con
bola, literalmente. Los amigos ya no lo ivitaban a jugar al papi futbol.
- Ahi va Jorge, el rey de los deportes!
- El amo del balompiè con su triste zapato!
- Jorge, si te hacen un arco de cuarenta
metros, vos agarras la pelota con la mano y la metès en el aro, capo!
Y Jorge se dio cuenta de que tenia un
problema.
Jorge no podía deshacerse así de cualquier
manera de los zapatos del destino que tenia puestos. Cuando se bañaba, tambien
lo hacian sus zapatos. Se mojaban y se arrugaban, y lo que era peor, cuando
hacia mucho calor se expandian y los pies le bailaban adentro, y en invierno se
achaparraban tanto que parecia que los pies se le iban a morir ahorcados por el
armazòn de rudo cuero. Era desesperante. Pensó en cortarse los pies, pero una
vida sometido a una silla de ruedas no parecia un buen prospecto. Tanta era su
mala suerte que seguramente tuviera que bañarse con esa cosa, sentado. O no
entrar en los ascensores. O...
Alguna gente andaba con sus zapatos
particulares sintiendo que ese karma era maravilloso, una consecuencia de un
caracter fuerte que indefectiblemente traia aparejado dolores masculinos,
soportables aún en su insoportabilidad, y asi discurrian por la vida, sintiendo
que tenian caracter.
No lo tenian.
Lo que ellos y ellas y Jorge tenian eran un
mal karma. Enfundados en blasones del mismo dolor.
Un dia Jorge fue a una zapateria.
El empleado, un ser humano seco de dos metros
de altura y cuarenta y cinco kilos de peso con cicuta en las pupilas, lo mirò
de arriba abajo.
- Usted lo que tiene, lo tiene sin màs.
Podria ofrecerle un par de zapatos nuevos, italianos, de corte y manufactura
promisoria, lustrados... con un toque en el corte de asesina frialdad... pero,
ejejej, no se si usted podria, en fin... eeeehhhh, pagar por ellos.
- El dinero lo tengo.- dijo Jorge.
- Bueno, lo intentaremos.
Lo siguiente que sabemos es que habia cuatro
empleados tratando de sacarle los zapatos a Jorge. Igual daba. Todos tiraban y
no salian. De pronto se escuchò una voz.
- USTEDES, PELOTUDOS!
Los empleados se miraron los unos a los
otros. Y Jorge se sonriò.
- SALAMES, DEJEN DE TIRARME DE LOS CORDONES.
UN POCO DE RESPETO.
Era una voz profunda y estentòrea para un
pobre par de zapatos.
Porque los zapatos de Jorge podian hablar.
- MEDIA PILA GENTE, QUE ME DUELE.
Un empleado, gordezuelo y fragil, se persignò
y se retiró de las premisas sin mas charla. Nunca mas volveria a su trabajo.
Era preferible la bebida y la droga en soledad.
- Caballero... su... zapato... me està
hablando...-, dijo otro.
- Si, a veces lo hacen; los dos, inclusive.
- Disculpeme pero se va a tener que retirar
del local.
- Pero no era que iban a darme unos hermosos
zapatos italianos de....
- Se tiene que retirar.
Y Jorge se retirò.
Caminò unas cuadras debajo del sol y se
sintiò cualquier cosa menos aliviado. Entonces escuchò un chistido.
- PST! PST! EH, VÓ!
Era su zapato derecho. Jorge se inclinò.
- NO TE DAS CUENTA DE QUE SOMOS LOS ZAPATOS
DE TU VIDA?
Entonces hablò el izquierdo.
- O NOS ACEPTAS O TE MANDAMOS A LA TUMBA,
HUEVÒN.
- DE ONDA, HUEVÒN.- dijo el zapato derecho de
vuelta, con una gran voz hueca y «supergodlike».
- Acaso no te das cuenta de que somos las
cosas de tu vida? Que mierda, si nos dieras un poco mas de bola te darias
cuenta de que ---somos--- tu vida. Si no te picáramos y no te hicieramos doler
y llorar no tendrias nada de que escribir en la bitácora, Capitán Cook. Copáte.
Y un consejo mas, aparte de la advertencia de que ya sabès de que uno camina
como lo habla y lo habla de la misma manera que la camina.
- Cual es el consejo, ahora?- dijo Jorge un
poco harto de todo ese sol ahi arriba.
- No te fijes tanto en el dolor de tus
zapatos hasta que te des cuenta que hay gente sin zapato alguno.
Jorge pensò que este consejo estaba bastante
bien, aunque se parecia demasiado a los consejos del zorro sabiondo de El
Principito.
- Zapato, sos un zapato-, dijo Jorge.
Entonces Jorge fue buscando por la calle, un
tanto picajoso por el calor, mascullando obcenidades que ni él mismo creia,
pensando en un sandwich de jamon y queso. Y viò a una mujer sentada en un
banco. No tenia zapatos, no parecia estar disfrutando mucho del sol y tampoco
parecia estar no disfrutando mucho del sol. Solo estaba ahi sentada en un
banco, un poco demasiado sola, un poco demasiado enferma. Tenia puesto un par
de jeans andrajosos recubiertos por una gruesa capa de grasa del suelo de la
calle, una camisa de franela rota en el cuello, el pelo sucio y despeinado y
parecia estar hablandole a las palomas de la plaza. A pesar del sol, ululaba un
viento invernal sòlido y humedo, típico de Buenos Aires y su gallardía de las
lejanas Epopeyas de Mayo, y la gente andaba emponchada, pero esta mujer estaba
bastante pelada de ropa, y parecia andar en problemas desde hace rato. Sin
zapatos, sin abrigo, sin sanía mental, sin nada.
Tenia unos hermosos, hermosos, hermosos,
hermosos piès. Cristo podría haber tenido esos pies. Cristo podria haber tenido
tetas, tambien.
Jorge se acercò con timidez y hablò.
- Disculpe, he notado que hace frio y está
usted sin abrigo, permítame ofrecerle... mi campera.
- Gracias guapo, pero lo que necesito es
sacarme el frio de los dedos de los pies. Está lindo el dia, pero un tanto
demasiado fresco.
- Ojalà pudiera, no puedo sacarme estos
zapatos desde hace cuarenta años.
los ojos de la mujer se perían en el
horizonte, mas allá de la pulcra fachada de la Casa de Gobierno. Probablemente
sus ojos pudieran ver lo que pasaba en Uruguay. África.
Jorge mirò sus zapatos, seguramente lo
putearian por la falta de coraje, o su consetudinariamente frágil manera de
abstenerse a lo de siempre, su testarudez y la resignaciòn cobarde.
Los zapatos no hablaron, aunque los sentía un
poco menos constrictivos. Hasta habian dejao de hablar, lo cual ya era una
magna bendición. Asi es, de hecho, por primera vez en décadas habían dejado de
doler tanto. Se agachò y los vio como aquella primera vez en la infancia,
duros, execrables, marrones, impersonales y dictatoriales, un tanto ridículos,
mitad de payaso y mitad de labrador; pero se dio cuenta, con asombro, de que
uno de los cordones, siempre atados con rigurosidad marcial, estaba desatado.
A Jorge le dio la sensaciòn de que si pudiera
hacerlo, el zapato hijo de puta podria haber sonreido!
Jorge mirò a la mujer. Y balbuceò:
- Se ha visto diablo mas extraño...
- Como dice, caballero?
- No se su nombre...
- Lidia es mi nombre.-, dijo Lidia, guiñandole
un ojo.
- Lidia, a ver, dejeme explicarselo...
- No hay nada que explicar, Jorge.
- Como sabe mi nombre, Lidia? Nunca se lo
dije.
- A veces una espera lo que ya esperaba, no
hay tantos nombres, ni tantos tan importantes que recordar tanto.
Y Jorge se cagò en las patas. Era un
sentimiento nuevo, una clase diferente de miedo, era como el primer beso, o
andar en bicicleta después de mucho tiempo.
- Entonces, Lidia, permítame intentarlo esta
vez... a ver... de diferente manera, un nuevo «approach», que le dicen....
- Hágalo.
Jorge estiro sus largos y finos dedos y con
la yema de los mismos desmenuzò los cordones. El zapato se abriò gentilmente y
un aroma a manzanillas y viejos yuyos de la abuela llenaron el aire.
Jorge casi se caga encima del miedo. Otra
vez. Esto era nuevo. Estos zapatos nunca se habian abierto. Con la mano
izquierda estiro el zapato hacia abajo, desde la parte del talòn, y salió
limpio de su pie.
Jorge lo levantò y lo observò bien de cerca.
El zapato no hablaba. No decia nada. Zapato de mierda, decime algo ahora!,
pensò Jorge, pero el zapato no respondiò. No hablò. No se tirò un pedo. Nada.
- Lidia, este zapato lo llevaba conmigo desde
el origen de los tiempos, no se si es el mejor zapato, pero es un zapato que me
dio algunas cosas y me enseñò algunas cosas, me pregunto si podrìa compartirlo
con usted, si no se ofende. La veo un tanto... descalza...
- Pues muchas gracias, George, por no decir
desprovista.
Jorge emitió una risita un poco torpe,
diferente a la risita de los torpes.
Ella compuso una sonrisita enigmática de Mona
Lisa en la carita sucia, extendió la mano, curtida y gentil.
Lidia se puso el zapato y sonriò. Y el zapato
inspiró y la pierna se estiró al sol.
- No veo que tiene de malo este zapato para
andar regalandolo, me queda como anillo al dedo, pipì cucù.
- Tal vez usted lo necesite mas que yo.
- Tal vez. Viene con mucha carga adentro?
- Un poco, algunas lagrimas demasiado duras,
unas cosas pesadas, un poco de vida, un poco de muerte, esas cosas.
- Con los pies descalzos es igual, depende de
como venga el dia. Me gusta este zapato. Y me gusta usted. Tal vez podamos
hacernos amigos algun dia.
- Tal vez.
Jorge sintiò a su piè respirar, desnudo y
limpio y fràgil y completamente humano.
Y Lidia mirò el cielo. Era azul. Y vasto. Y
era todo de ella. Tal vez él querrìa un poco de esto.
Y tambien eran casi las doce del mediodìa,
pero esto no era tan importante a menos que pasaran cosas importante en fechas
exactas y en horarios impertinentes, como en cualquier hora en que pasaran
estas cosas, solo porque asì estaba escrito, de alguna extraña manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario