El destino se hace terrible en la medida que el cuerpo despierta a la terribilidad de su peso.
El peso se hace terrible cuando los huesos, esos centros primeros del alma, sienten la terribilidad de los ultimos pasos. Estos, pesados, viejos nuevos, cada pierna es el peso de los brazos. Los pasos se hacen mas cansinos, aprendemos a movernos en fases, en division de movimientos. Un brazo derecho hacia adelante cuando la pierna izquierda va adelante. O, el brazo casi no se mueve, para mantener la coordinacion del equilibrio, principio fundamental del caminar; ademàs, se omiten dolores, los nuevos, que se apilan sobre los viejos, las angustias aglutinadas en el cuerpo hecho toda alma. El pantalon ceñido al voluminoso vientre, las patas flacas, el pecho anegado, el cuello tieso, el cuero cabelludo tirante, los ojos que se empozan en las cuencas como esperando otro golpe terrible. Y la muerte. Que viene de a poco con la tos, seca y corta antaño, al principio; flemàtica y copiosa ahora, hoy. Uno camina como vive. Con la actitud de que esto es un teatro de guerra terrible, apenas disimulado por felicidades mistongas, algunas elevadas, otras, solo polvo y ceniza de cigarrillo en el suelo flojo, teatro de guerra apenas disimulado por pequeños cumpleaños obituarios melancolicos, por cambios de estaciones. Si hasta las estaciones se complotan con el pobre cuerpo, el cuidadoso caminar, el paso certero evitando nuevas contracturas, nuevos desastres. El sol de la mañana gritando a travez de la ventana y algunas nubes, lìmpidas como un Angelus, con las bases tiernamente grises, remanentes de la fria lluvia cansina de la noche anterior. La mujer que duerme en la cama percibe estas elucubraciones a travez de las vibraciones certeras de su cabeza dormida a la mia despierta, tipeando estos gritos. Se acerca el otoño despacio inclusive cuando no ha terminado el verano. Con el ultimo terremoto se ha movido de su eje la tierra, dos grados hacia la izquierda, los satelites se han reconfigurado, el polo congelado ahi abajo en el culo virgen de la tierra ha llorado un poco mas hacia Buenos Aires y mi cabeza tiene un imperceptible olor a enebro y tabaco paraguayo. Y el dolor en las sienes mientras arrecia la humedad en la mañana luminosa y yo me cubro con un manto de melancolìa, sin musica, secuestrado en esto de clavar palabra por palabra para hacer un enigmàtico esqueleto de papier machè, que clavarè en la pared sucia porque aùn soy demasiado niño, y porque estoy buscando un nuevo llanto. Mas tarde, cuando el mate entre en mi torrente sanguìneo y me acucie el picor de alguna timida acciòn, saldrè afuera a comprar alguna oferta en dulces, tal vez un panettone, con frutas secas, para cuando Laura se despierte: quiero que tenga fuerzas, que pruebe alegria temprano, aunque sea alguna barata, alguna, alguna!, suave, recomfortante, algun sendero gentil que la apruebe con su delgadez, que la quiera, porque no quiero que le duela tanto. Quiero que coma dos huevos duros a la mañana, un pan dulce, mate cocido y darle caricias en el pelo leonino. Debo decir aquì que tuve buenos maestros de caricias en el pelo, mi abuela y mi padre. Con manos sarmentosas increibles y ojos sinceros en su doloroso aprendizaje. Ya se han ido, pero de vez en cuando, cuando estoy cerca de algun espejo o en medio del living en un impasse de la locura, y estoy ahi receptivo, embarga esta casa un olor a flores divino, un aroma perfecto y extrañisimo que no corresponde a este departamento tan sucio y maloliente. Y entonces es todo lo que hay. Lo he sentido en el living room, lo he sentido en mi pieza, sobre mi cama, he corrido a la ventana a olfatearlo y no, està ahi, suspendido en mi habitacion, o en el living , o este otro lado. No viene por la ventana, las ventanas estan cerradas. Se hace un silencio solemne y a mi me dan escalofrios. Entonces yo digo en voz alta: Hola Abuela, hola Papà. Miro a las esquinas, aqui y allà, agudizo el ojo, a veces sueño con incendios... a veces veo figuras de sombras flotando en mi cama. Y el aroma frutal, pendiente, como un bouquet delicadamente preparado. Algunos dicen que es la presencia de la Virgen, otros, alguien fallecido que està ahì presente al lado de uno, cuidandome. Quien sabe. No me siento observado. Ni acompañado mas que con una pequeña tonelada de recuerdos, y la gran culpa de mi salvaje ocio, y la presiòn de la acciòn de la ternura y la bronca de los enojos, pero que hay fantasmas, los hay. Ya me lo han dicho: esto de que algo en esta casa acompaña mis huesos. Debo ser entonces de la idea de que es un mundo espiritual que se levanta paso a paso, mientras de este lado se horadan las piramides del juràsico con grafittis de amor. Alguno lo llaman angeles, otros, fantasmas, otros, la santa compaña. Yo lo llamo la Universalia. No los he visto, pero bien querrìa. Salgo a la calle y veo a la gente revolverse entre pequeños ayes e inconsistencias apresuradas, respiran, pero estan medio muertos, compran y venden, pero entregan esporadica y recelosamente: he aqui los verdaderos fantasmas. Y yo me escurro como puedo y me deslizo con el movimiento de mis huesos rotos debajo del sol como quien evita un bombardeo nazi, como quien busca agujeros de madriguera de conejos, listo para caer en espiral hacia el mundo de los nuevos sueños.
El destino se hace terrible a medida que la vida se desenvuelve en si misma con el peso de los actos. Algunos han sido malos, otros solo quitan concienzudamente la grasa del churrasco para hacerle màs lugar al certero y afilado cuchillo, ahi donde la carne suspira un gozne, y llora su jugo de sangre. Exactamente donde el animal se ha ido.
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