A veces las canciones son ampulosas y gruesas, llenas de detalles gigantes y voluptuosos, cargadísimos , casi obscenos, y a veces las canciones son como observar el remanente oseo o calcáreo, cartilaginoso, de un pez exótico y antiguo solo cuya columa vertebral parece llevar a cuestas el ritmo y el tiempo. La música, único instrumento de la evidencia de diez mil dioses benignos entre nosotros, ofrece texturas y sensaciones casi físicas en el oído humano, de el oído pasan a la mente humana que puede materializarlas en picos y huecos y asperezas y suavidades que con suerte calan hondo en el alma y en el corazón y nos envuelven en éxtasis o repulsión, nos conmueve terriblemente o nos revulsa y nos hace sentir enfermos. La mejor música nunca te deja estático y sin referente, o te ignora y se vá o te pega una patada en los dientes del alma y te deja pidiendo agua, y explicaciones a lo que solo es asible en ese lugar tan frágil: el espíritu humano. Te hace mover el orto, para adelante o para atrás. Yo quiero hacer ese tipo de música.
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