No dejes al niño solo en la mañana
deshazte del niño
dejalo durmiendo, de pelusa suave embutido
en su dormirete
cachetes pálidos a la luz del eclipse
que no vaya a la escuela
que no se peine con gomina ni que se lave los dientes
dejalo dormir
que no vaya a la cocina a prepararle café al padre
que no juegue con las espitas del gás
que no se pruebe los camisones de la abuela
que no juegue a la música desde tan
temprano
que no prenda el televisor en blanco y negro
que no sepa que hay un paquete con facturas espolvoreadas
con azúcar
que no sepa nunca que la abuela reposa el cáncer
que no vaya a despertar con trompetas a su padre aniquilado
por las pastillas
que no vea entre lágrimas como su tía viste su desnudez
que no oiga nunca el clamor del diariero que
trabaja para recortarse las muelas y sus huecos
que no oiga el rumor de las hojas de el arbol plantado
por su abuelo muerto su abuelo tostado
que no sepa nunca el rumor secreto de el otoño ámbar
y que cuando el gorrión venga a tocar a la puerta
piándose su nombre humano y su número humano
se desplome su conciencia y entre mareos vuelva a la almohada
humeado de tal ignorancia
sin saberse mortal
ni niño
ni ángel frágil
ni siquiera una pizca de
de una miserable nada
no dejes que el niño
queme esta casa
deshazte del niño
dejalo durmiendo, de pelusa suave embutido
en su dormirete
cachetes pálidos a la luz del eclipse
que no vaya a la escuela
que no se peine con gomina ni que se lave los dientes
dejalo dormir
que no vaya a la cocina a prepararle café al padre
que no juegue con las espitas del gás
que no se pruebe los camisones de la abuela
que no juegue a la música desde tan
temprano
que no prenda el televisor en blanco y negro
que no sepa que hay un paquete con facturas espolvoreadas
con azúcar
que no sepa nunca que la abuela reposa el cáncer
que no vaya a despertar con trompetas a su padre aniquilado
por las pastillas
que no vea entre lágrimas como su tía viste su desnudez
que no oiga nunca el clamor del diariero que
trabaja para recortarse las muelas y sus huecos
que no oiga el rumor de las hojas de el arbol plantado
por su abuelo muerto su abuelo tostado
que no sepa nunca el rumor secreto de el otoño ámbar
y que cuando el gorrión venga a tocar a la puerta
piándose su nombre humano y su número humano
se desplome su conciencia y entre mareos vuelva a la almohada
humeado de tal ignorancia
sin saberse mortal
ni niño
ni ángel frágil
ni siquiera una pizca de
de una miserable nada
no dejes que el niño
queme esta casa
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