Le dieron una pistola y se la puso al cinto
se metió en el camión de caudales con su pelo engolado
vestido con su traje de civil y corbata y su bigote negro
los ojos chispeantes y las piernas trémulas
un viernes que garuaba con hombrecitos que garuaban
y no sabia muy bien como habia llegado a esas cosas
con un hijo recien nacido y una hija de dos años
el hijo sospechosamente parecido a la madre
lo cual era un mal augurio una insomnia creciente
ella hablaba sin parar con una lengua viperina
y el callaba y tomaba sus pastillas tranquilizantes
mientras en el camión algo le golpeaba ritmicamente
el estomago y entonces se cerró la puerta con un clack seco y
muy solido
y ahi estaba él con su sueldo de doscientos mil pesos
y su gran nariz bajo los efectos del Plidán
rodeado de eunucos inescrupulosos con ametralladoras
pulcramente afeitados y perfumados a la lavanda
y cuando arrancaron el camión le empezaron a picar los pies
en los zapatos y un sudor caliente y acídico envolvió su mañana
dejó caer su trasero huesudo pensando que nada dura por siempre
que qué mejor que las piernas aguantaran diez años mas
rezando como un niño que en la penalizacion de los años subsiguientes
la mente consignara una tarea fija, algo mas que una almohada
pero no lo lograría, mi pobre padre, porque esos años de cowboys
fríos detras de anteojos obscuros con manos furiosas
sin saber muy bien por qué o para quien o para que causa
se ennegrecerian inútiles e impotentes como viejas fotocopias
hombres archivados y dejados a hueso seco cajoneados detrás
de albas extráñas en la avenida Além de la primavera de el
ochenta y tres y bajaron del camion armado resoplando sutilmente
los testiculos crispados a la vera incendiaria de el viento de junio
mientras los viejos hambrientos en la calle los observaban salivándose
esperando que los dementes del blindado se unieran a ellos
en los proximos treinta años
si es que quedaba para alguien
treinta años
pero no quedaban treinta
años.
se metió en el camión de caudales con su pelo engolado
vestido con su traje de civil y corbata y su bigote negro
los ojos chispeantes y las piernas trémulas
un viernes que garuaba con hombrecitos que garuaban
y no sabia muy bien como habia llegado a esas cosas
con un hijo recien nacido y una hija de dos años
el hijo sospechosamente parecido a la madre
lo cual era un mal augurio una insomnia creciente
ella hablaba sin parar con una lengua viperina
y el callaba y tomaba sus pastillas tranquilizantes
mientras en el camión algo le golpeaba ritmicamente
el estomago y entonces se cerró la puerta con un clack seco y
muy solido
y ahi estaba él con su sueldo de doscientos mil pesos
y su gran nariz bajo los efectos del Plidán
rodeado de eunucos inescrupulosos con ametralladoras
pulcramente afeitados y perfumados a la lavanda
y cuando arrancaron el camión le empezaron a picar los pies
en los zapatos y un sudor caliente y acídico envolvió su mañana
dejó caer su trasero huesudo pensando que nada dura por siempre
que qué mejor que las piernas aguantaran diez años mas
rezando como un niño que en la penalizacion de los años subsiguientes
la mente consignara una tarea fija, algo mas que una almohada
pero no lo lograría, mi pobre padre, porque esos años de cowboys
fríos detras de anteojos obscuros con manos furiosas
sin saber muy bien por qué o para quien o para que causa
se ennegrecerian inútiles e impotentes como viejas fotocopias
hombres archivados y dejados a hueso seco cajoneados detrás
de albas extráñas en la avenida Além de la primavera de el
ochenta y tres y bajaron del camion armado resoplando sutilmente
los testiculos crispados a la vera incendiaria de el viento de junio
mientras los viejos hambrientos en la calle los observaban salivándose
esperando que los dementes del blindado se unieran a ellos
en los proximos treinta años
si es que quedaba para alguien
treinta años
pero no quedaban treinta
años.
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