lunes, 8 de junio de 2015

7 de junio, 2015, 5:30 A.M.

Duermo. Me despierta un grito salvaje. Todo está en penumbras. Laura duerme. Me levanto en la cama, trato de acomodar los ojos a la poca luz fosforescente que viene de afuera. Se escucha otra vez el grito.

- IIIIIAAAAEEAAARRGGHEAAA!!!


Un sonido sordo, algo golpea algo, algo duro contra algo duro.

Laura duerme al lado, ni pestañea. Está nocaut.

Otra vez.


- IIAAAARRGEAGGHH!!!


Otro golpe. Mas cerca. Es en la calle. Es ahí abajo. Alguien a la vuelta de la esquina. Viene hacia Valentin Gomez. Grita esporadicamente, cada 15 segundos, el golpe y otra vez el silencio.

Llega a la esquina. Dobla hacia aquí. Otra vez:

- IIIEEAAAARRGGHHHHHH!!!


Un palo contra un vidrio, el vidrio se rompe y se desmorona, es un vidrio enorme y anónimo y muerto, seguramente de algun negocio sin persiana enrrollable solida. El vidrio se desmorona. Todo roto. Escucho pasos. 


IIIIIAAARRGGHHH!!!


Un palazo mas, ruido sordo, mudito, el tipo sigue caminando ahi abajo, va hasta la otra esquina y da la vuelta. Alguien viene en la direccion contraria. Las lagañas me tapan las corneas, tengo pelos en las manos, me duele la garganta y no puedo respirar y me mareo de solo sentarme.

Escucho una patrulla. Preguntan a algun desgraciado si...:

- Vieron a un loquito rompiendo vidrios con un palo?


Les dan la direccion. El patrullero acelera casi silenciosamente. Las trullas tienen buenos motores diseñados para ronrronear, no para rugir. Se meten de contramano por Paso hasta Sarmiento. Paran ahi. Silencio. Dos barrenderos con corte de pelo de cepillo van corriendo a la esquina armados con palas y escobillones. Quieren acción, aunque tengan que lamerles el culo a los canas. Sonrien y se rien mientras doblan la esquina. estan vestidos de gris y verde o gris y amarillo. El uniforme de la servidumbre gubernamental mas básica. Uno tiene aritos y parece ser el tipo de padre adolescente que se tatúa el nombre de sus hijos en los antebrazos en letras cursivas y sensibleras y después va y se coje a la tía abuela. Zapatos con punta de hierro y corazón de papel maché y cartulina roja en los ojos perdidos.

Vuelvo a entrar al depto desde el balcón. La miro a Laura en la cama desde la puerta de la habitación. Trato de no pensar. Voy a la cocina, prendo la hornalla, pongo la pava. Son las 5 y cuarenta y cinco de la mañana. Está saliendo el sol muy despacio y muy oblicuo. Es una luz celeste en un cielo negro y desde el negro hay angelitos en esos primeros rayos de sol. Un haz horizontal, fino y afiladísimo como una hoja de afeitar. Es un invierno bastante benigno hasta ahora. No va a durar mucho. Por las calles no están ni los porteros. Solo silencio. Es domingo, un domingo en Balvanera es como pasear por un cementerio: sabés que ahi hay varias gentes que amás demasiado pero en realidad te querés ir lo más rápido que puedan ayudarte tus piés. La hornalla sisea, azul, azul, azul verde, azul verde hierro partido. Grasa descompuesta y endurecida en los bordes de la rejilla de los quemadores, crepita y se raja y se parte, o crepita y ahi se queda. Al rojo vivo, un rojo-naranja, una bola de nada abrazando los hierros. Cachotes, pegotes, alrededor, ollas sucias, una servilleta que sirve de repasador, un salero olvidado con la forma de un cerdito que tiene atrás pintado con pintura acrilica: IBERIA. Tengo que limpiar esta cocina. Tengo que dejar algún lugar. Mi pecho está infectado y negro de calor y ceniza. Respiro con dificultad. Tengo punzadas, me ahogo de angustia. Quisiera tener alas pero nunca querría ser un ángel. En algun lugar de la Argentina hay una tumba con mi nombre y hacia ahí estoy llendo. Con una musica extraña que me prestó el mutismo de los empedrados porteños, con estos horarios trastocados, con estos recogimientos navideños de todos los dias de fondo. No estoy ni triste ni contento.
Yo tambien estoy buscando trabajo de barrendero, pero parece que hay que tener una cuña en la municipalidad. Tengo 41 años. Ya no hago rock and roll.

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