LOS FRESCOS
Supuestamente
dos caballeros sentados el uno enfrente del otro en una mesa
esperando un café que siempre se enfriará rápido.
- Y
entonces aparece esta perra, con su sombrerito de fieltro con esa
cinta de colores alrededor de la coronilla, con sus botas de caña
alta a darse aires por ahi.
-
Conchetisima la mina.
- No
sé de que se la dá. Sabe unas palabras de alemán y anda largandolo
todo en castellano como si fuera de la realeza. Hija de mil putas…
-
Hay que andar con cuidado. Tiene poder.
-
Si, tiene el poder de mamarme las pelotas. Solo porque nació rubia
se piensa que sabe de una mierda. Yo estuve casado con una rubia ocho
años, me dió dos hijos y desde hace tiempo que no quiero tocar a
una perra. Son la base de todas las pesadillas del hombre.
-
Eso es verdad. Cuarenta y un grados de fiebre.
-
Si, cuarenta y un mil grados de penas.
- La
yegua.
-
Si, esa hija de puta con el dedo meñique sobre la taza de té…
- Me
refiero al animal.
-
Si, las hijas de mil putas, ahora entiendo a los putos…
-
Tito, me refiero al animal. Al caballo. De hecho a el animal en el
box 32. La yegua. Está enferma. Hay que ir a auscultarla. Esa cosa
marrón toda llovida.
-
Ok. Aún así me siguen sin agradar las putas. Vamos a ver a esa
puta.
Y
entonces se levantaron los dos caballeros y cruzaron el parquizado de
la escuela. Y ahi estaba el animal, un mentro setenta de alzada,
gran barriga, gran pila de bosta debajo de la cola de un color verde
brillante. La bosta, no la cola. La cola era una cosa de pelos largos
cortados al rape a unos cuarenta centimetros, negra, hirsuta, un
tanto tosca. El caballo en si no era gran cosa. Algo gordo, pesado y
marrón. Había que conocerla para quererla solo apenas. En el lomo
solía llevar a viejas en rehabilitacion con grandes sonrisas
babientas del ocaso, lisiados, niños con paralisis cerebral. Ahora
el caballo estaba en huelga con diez centimetros de intestino
colgando del ojete. En los ojos habia dos piedras negras sin mayor
brillo. Cuando vió a los dos hombres acercarse empezó a saludar con
la cabeza como si estuviera picoteando el heno de el suelo de la
caballeriza.
-
Pobre cosita.
-
Pobre nosotros. Mirá toda esa pila de bosta caliente, recién salida
de adentro. Casi me da pena.
-
Nosotros?
- El
animal.
Héctor
suspiro.
-
Vamos adentro.
Y
entraron. Era un animal manso. Lo que había tenido de salvajo lo
había perdido en el picadero con todos esos contrahechos cayendose
arriba de la cruz. Los dos caballeros se pusieron detrás de las
ancas del animal. Un gran ojete muscular, marrón y apestoso. Había
que ser un gran amante de los caballos para poder pararse delante de
semejante espectáculo grotesco.
-
Usted que dice, Ramos?
- O
médico o balazo.
- Es
lo que estaba pensando.
- Va
a haber que catar.
- De
profundis.
-
Ok, que hay?
-
Vamos con un cien pesos cada uno?
-
Dale, querido.
Buscaron
en sus bolsillos y pusieron cien pesos en el suelo.
-
Ok, usted primero.
Ramos
se pasó la punta de la lengua por los labios, se arremangó las
mangas la camisa rayada y levanto el brazo en alto con un ademán
importante.
Tito
sonrió y dijo:
-
Adelante, cuando guste.
Y
Ramos metió la mano en la vagina de la yegua. El cuero húmedo y
masivo de el sexo del animal se abrió como una flor asquerosa
adelante de la fuerza de la mano, y ahí desapareció la mano, la
muñeca, todo el antebrazo.
A
Tito se le puso dura.
-
Mirá como se abrió la hija de puta.
- Y
está bien calientita.
- Me
imagino.
-
Está bien cocidita.
- Y
a cuanto diria usted que se eucuentra la nalga este día?
-
Unos 39 grados, tal vez cuarenta.
-
Apúrese antes de que nos vean.
-
Nadie querria ver esto aunque estuvieran adelante, y si estuvieran
adelante tal vez tambien querrian hacerlo.
-
está todo acuoso y pegajoso aquí dentro. Tal vez tengamos que
operar.
-
Valdrá la pena?
- es
una pobre criatura.
-
Una pobre criatura con su brazo adentro. Tan pobre no es.
-
Que quiere decir, Tito?
-
Digo que es por el bien de el animal que estemos acá testeando a la
criatura. O se cura o va para mortadela.
-
Tengamos esperanzas.
-
Apúrese Ramos, me toca!
-
Bien.
Ramos
sacó el brazo. Era un asco. Pero un asco asco, un asco bien asco por
el bien asqueroso de la veterinaria equina. El caballo no valía mas
de dos mil pesos pero estaba adiestrado y esos niño paraliticos le
tenian cariño. Cuando lloraban o se caían de el otro lado del
caballo, TAMBIEN LLORABAN. No importaba que les dieras o le quitaran.
Querían al animal porque eran las piernas y los cerebros que ellos
no tenian, que los veterinarios no tenian. Si hasta parecia que no
tener cuerdas vocales para poder a mandar a todos los seres vivos del
planeta a cagar estaba genial. Y un caballo no podía hablar. Si un
animal era de uso, uno podia hasta sentir algo por ellos, incluso mas
sentimientos, o solo unos pocos, que por un ser humano. A un caballo
se le podía atar, se le podia dar de comer, le podias poner riendas
y cabalgar o solo pasear, alguna gente, a los mejores caballos, los
hacían correr por dinero. Mucho dinero. Cantidades gigantes de
dinero. En eso se diferenciaba un caballo de una tortuga, o una
tortuga de una rata. Había una pirámide de animales útiles e
inútiles, el primero era el hombre, por darle el sentido a los
caballos y un uso pecuniario, en el fondo estaban las ratas y las
ballenas, que no aportaban nada.
Tito
tambien se arremangó, inspiró hondo y metió el brazo adentro de el
equino. Entró como dulce de leche en una manga de repostería.
-
Definitivamente está caliente aquí dentro. Me hace acordar a una
novia que tive. Una vez le metí el tubo del telegono en la… ahí.
- Me
jode, Tito.
-
No, es verdad. Adaba por ahí el teléfono inalambrico y ella estaba
abierta de piernas masturbandose y chorreandolo todo por todos lados.
Fué divertidisimo. Entonces sonó el telefono y lo tuve que sacvar
de adentro de mi mujer. Por suerte ya no tengo mujer. Telefono si
tengo. Yo diria que tenemos unos… cuarenta y dos grados…
Sacó
la mano de adentro de la vagina de la yegua y se limpió el brazo con
una toalla sucia.
-
Ok, momento de la verdad. Hey, de donde vienen estos caballos tan
hechos mierda?
- De
algun lugar muy lejos de esto que estamos haciendo nosotros.
-
Sí, de un lugar menos oscuro.
- Y
menos limpio.
- Y
con menos música. Escucha, Ramos?
-
No, que?
- Es
el sonido de los ángeles...
-
Tito, usted desvaría.
Tito
sonrió con todos sus dientes postizos.
-
Sí, estaba chamuyando.
Metieron
el termómetro gigante adentro de la bestia. Marcó 39 grados y
medio.
Ramos
tomó los dos billetes de cien y se los puso en el bolsillo de la
pechera de la camisa.
Salieron
los dos mirando a ambos lados para asegurarse de que nadie los
hubiera visto entrar.
Llegaron
al quincho y le pidieron al mozo del mostrador dos cafés cortados
con una medialuna cada uno. De grasa.
-
Todavía tenemos que decidir que hacer con esa perra.
- A
mi me parece que mejor lo dejamos como está, que se monten arriba
hasta que se caigan al suelo hombre y caballo.
- Me
refería a la mujer. A la obsesa, al íncubo con el sombrerito, a la
hacendadita, a la Gran Zorra.
-
esperemos.
-
Si, esperemos. Y si no que se curta la hija de una gran puta. La
odio.
- Yo
tambien. Y odio todo lo que tenga que ver con ella. Que la manden a
Alemania, que reciba sus premiecillos y cocardas. Que le den todo el
champán y que se ahigue en su propia mierda.
-
Nosotros sabemos mas.
- Y
ella no sabe lo que nosotros estamos pensando.
-
Tal vez lo intuye.
-
Tal vez podemos matarla.
-
Como lo harías, Tito?
- Le
haría oler mis pelotas hasta que se caiga enferma y azul. Usted
ramos?
- Yo
le meteria un palo de carne en el culo hasta que se quede ciega de
alegría monumental. En realidad la zorra no me vá ni me viene. Con
mi Volkswagen me alcanza y me sobra.
-
Pero Ramos, con eso no hacemos nada.
-
Conozco un cabarulo donde hay minas mas enteras que esta cerda de
Sandra Cohn.
-
Tiene nafta el auto?
-
Sí.
-
Quedemos a las 23 horas. Hoy he mandado el saco a la tintorería.
-
Eso. A las 23 horas. Cuando brillen las luces.
-
Nostros, Ramos, cuando brillemos nosotros.
Se
tomaron sus cafecitos. Eran dos dobles con muy poca leche.
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