Llueve mucho en Buenos Aires ultimamente. El rio se crespa, entonces es levantado por dios en brazos y arrojado cual la balón en un pártido de rugby en la cabeza de nos los paseantes abajo de nuestros símil techitos. El pobre se moja, el rico no manguerea sus potuses. Todo se pone oscuro de humedad, las plantas fosforescen, los calvos se resfrian, el romantico suspira con la ñata contra el vidrio y los viejos rezan aferrados a escarpines-escudo con los írises de los ojos mas púrpuras que nunca. No hay derecho a vivir en esta ciudad tan a la buena suerte de un Cristo de cartulina que nunca responde.
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