COLIBRÍES DE LITIO
Jugabamos a una suerte de Decatlón fabricado para funcionar a nueve voltios.
-Llevo en camillas a los oxisos. A los enfermos. A los que estan mal.
- Pero el tema de el abuso de sustancias...
- Eso lo tengo controlado.
- Vos decís? Gabriel, estas acá hace catorce días y queriamos que compartas con nosotros el tema ese. Estas por orden judicial.
- No hay mucho que contar en realidad. Un poco de droga no hace mal, es como tomar una taza de café, una dosis de café, una dosis de vino para relajar... no hay gran drama.
- Bueno pero contar el tomar una taza de café como una dosis de algo es medio extraño. Una dosis de vino no. Por lo general toma una copa, dos copas, tres copas, pero dosis.
- Yo la veo así.
Gabriel tiene la cabeza rapada, treinta kilos de mas, un puLlover blanco sucio, jeans, borceguíes. Es el primer skinhead que veo de cerca. Parece docil, pasado de kilos, pasado de rosca, docil y sedado.
Después lo voy a encontrar en el patio, hablando conmigo sobre su banda, Las Delicias Submarinas del Capitán Soliloquio. Suena como que es una banda muy mala de gente que acaba de despertarse de un gran sedativo. Las letras de las canciones deben tener muchos soliloquios, en gran parte compuestos por monosilabos, gritos, gruñidos, pulidos y lustradas de botas. No promete mucho.
Hay una luz electrica amable en este lugar, una gran hoguera, y arriba tubos fluorescentes, luz como la que no tenemos en nuestras casas.
La mayoria de los internos estan con la cabeza sobre la mesa, no les interesa nada mas que dormir. Todos parecen tener algun problema de insuficiencia de control de salivación. Rapados, no rapados, o con pelos normales pero con caras canallescas, con ojos de loco, con cara de maniáticos. Durmiendo contra el contrachapado de la mesa manchada de poxirrán y salpicaduras de pintura acrílica.
Ahi lo veo sentado en una mesa apartada de todas a Pepe.
Pepe es EXACTAMENTE IGUAL a la escena de Martin Scorsese en Taxi Driver. La escena de «Alguna vez ha visto lo que le hace una Magnun 44 a la vagina de una mujer? No importa... no tiene por que responder. Solo estar ahi sentado. Escuchando.»
Yo vendría a ser Travis, mirando por el espejo retrovisor.
Podías sentir la peligrosidad en el aire, pero era como un vicio, como un cabezal magnetofónico humano, yo, sediento de historias. Tick tick tick dando vueltas, grabando. Me amo por eso, me odio por eso.
Sigo siendo el mismo quince años despues, solo que con los lagrimales mas cansados de tanto llorar a los muertos... y a los vivos.
- Como estas Pepe...
Yo lo miraba con una sonrisa amable, sincera. Solo por ESO, Pepe no se abalanzaba hacia mi para cortarme en mil pedazos con su cuchillo de plastico.
- Bien, almorzando. Estoy almorzando, si, almorzando acá. Estoy.
- Por que en una mesa solo y despues de hora?
- Porque me porté mal.
- Por? Que hiciste?
- Cosas malas.
Pepe no parpadéa.
Cuando Pepe dice «cosas malas», es que se ha puesto violento. Ha golpeado, ha hecho «desmanes».
Me alejo de la mesa antes de ser el proximo con un ojo morado o la mandibula rota.
Voy al patio.
Está Malena, con los ojos arriba hacia el cielo, mas allá de las paredes.
Me mira.
- Mirá Fernando, yo solo quiero un beso. Me das un beso?
Malena tiene buenas tetas.
Le doy un pequeño beso. Tengo 31 años. No bebo. Fumo tabaco. Trato de masturbarme diariamente.
Solo un pequeño piquito, un besito casto.
- Eso es todo? - dice Malena, y se le abre la boca y me muestra la lengua rosada, viperina.
Hundo mi cabeza en su jeta y le meto la lengua hasta la garganta. No me animo a apretarle los pezones, hay testigos. Ella está loca, yo estoy loco, somos jovenes, tenemos algo entre las piernas y somos inimputables.
Malena aleja la cabeza y me mira con los ojos vidriosos de calentura.
- Mirá, yo no puedo pedirle al otro que me chupe la concha y que me haga el orto. Yo quiero estar con vos. Vos me chuparias la concha, te tragarias mi flujo?
Contesto con un «sí» apenas hábil en mis pensamientos. No le haria una mineta a una mujer hasta dentro de seis años, cuando mi sexualidad mermada por las pastis me hiciera reinventarme de manera caradura para actuar entre las sábanas.
- Sí, te puedo chupar la concha.
Mentira, si apenas se me para.
- Y me harias el orto?
Pienso en su culito jovern de 25 años ahi tendido en mi cama, ella boca abajo, lánguida, drogada, cualquier cosa menos docil, la versión mas monstruosa de una mujer de todas las versiones posibles: la versión de una mujer que le quiere chupar la sangre a diez mil tipos hasta dejar un ejército de miserables muertos al costado de la ruta del tiempo.
Malena quiere ser una mujer-araña.
-Sí, te puedo hacer el orto.
En el cielo aparece un colibrí tuerto. Me sonríe. Soy bueno mintiendo porque las mujeres se sienten intrigadas por mi, pero solo las locas, las de patio de loquero.
Le doy otro beso. Me levanto del banco de madera y piedra del pequeño patio, con media erección. Voy a la recepción. Gabriela, la secretaria gordita, está metiendo las medicaciones en pequeños sobrecitos que despues van a ser entregadas a los semi-internos. Yo soy un semi-interno. A las seis, en invierno, se pone obscuro, y tengo que pedir permiso para que me abran la puerta de entrada. Le tengo que pediur permiso a un urso de un metro ochenta que me mira como si yo fuera un churrasco humano y el tuviera mucha hambre. No me gusta el tipo. Yo a el no le importo. Personal carcelario. Alto homosexual.
- Quiero salir, le digo siempre.
Él me responde:
- Por qué? Quien te dejó salir?
- No tengo que pedir permiso.
Me mira en la penumbra de la salida como si me fuera a romper todos los huesos del cuerpo, y yo sé que puede hacerlo, y entonces lo miro con miedo y asco. Es el único momento del dia, cuando se pone oscuro adentro y afuera, que no me gusta estar en hospital de día.
Pero aún es de día, un poco. Ha venido Nicolás con su novia Laura. Laura es buena y jovial. Hace un par de años que no sé nada de ella. Es simpática, a veces no coordina mucho, pero la extraño, ahora, quince años después. Tiene el pelo negro y Nicolas lo único que hace es sacudirse de un lado al otro. No sabemos, ninguno de el pequeño circulo de amigos, exactamente por que se mueve de una lado a otro. Tal vez sea Parkinson o tal vez un efecto secundario grave de la medicación. Es piola, Tiene sentimientos y ganas de progresar. Grandes ojeras violetas en unos ojos verdes enormes y acuosos. Sale con Laura. Laura se rie con él y a veces de él.
Nicolás me dijo un dia, muy ceremonioso:
- Cuando cojemos, le duele. No se moja. Se queja. Se queja y...
- Y que? - digo yo esperando mas chismes, porque en realidad soy una lesbiana metepúas.
- Tiene pelos en las tetas.
- Qué?
- Tiene pelos en las tetas, le salen de las areolas.
- Te disgusta eso?
- Tiene pelos en las tetas y punto.
Nicolás baja la cabeza, se prende un mentolado y mira hacia arriba, buscando a los colibríes, hambrientos de carne humana, entre las ramas de los malvones de el balcón del segundo piso.
Y allá esta Emilse. Emilse tambien sale con el que salía con Malena La Mujer-Araña, la que quiere que le acaben adentro del culo y que le chupen la concha. Emilse es rara. Si sufre, entonces sufre con una energía especial que me atrae. Emilse, basicamente, es una calavera con tetas. Puedo ver patentemente su huesos en la cara, los pómulos huesudos, las cuencas huesudas, con dos profundos ojos negros adentro y atrás, como si se tratara de un ciervo embalsamado. Es terrible y atractivo. Ella me mira y parece que desde lo famélico de su existencia se relamiera con la idea de tocarme. Yo soy receptivo a eso. Me atraen esas gentes. Gente rota, hecha mierda, con los corazones rotos, con las carnes descarnadas y las deshuesadas y los frenéticos que ni siquiera pueden hablar porque no saben encontrar las palabras correctas dentro de todo lo incorrecto ya hecho.
Gente como yo.
Emilse se sienta en la mesa de contrachapado y me mira y me mira... Yo le sonrío. No hay nada que hacer. Cuando salimos vamos a su casa mientras cae el sol. Caminamos al bajar del bondi por Rodriguez Peña hacia su casa. Sus padres son conserjes. Porteros. Limpian el lugar y a cambio les dan alojamiento en una parte pequeña de el edificio. Parecen ser gente agradable. Los saludo con un apreton de mano y me miran como si fuera un gracioso hombrecillo hecha de miga de pan. Me han sacado la ficha. Mientras entramos a la pieza de Emilse, miro hacia atras y los veo a todos mirandome entrar en su pieza y sonriendo como la Mona Lisa.
Saben.
Apenas entramos a su dormitorio, Emilse me tira en la cama, me desabrocha la bragueta y se mete mi pene en su boca, su boca está llena de saliva y ella me mira a los ojos, sus ojos negros muertos dentro de mis ojos lechosos vestidos de un blanco terror primordial y asqueroso.
No me la ví venir, ese es el problema. Estoy tomando no se que medicación y hace tres meses que me toco el pito, por la noche, solo, sin lograr erectarme completamente. De vez en cuando me salta una poca de leche. Entonces me doy vuelta en la cama plegable en el departamento de mi tia y escucho a los autos pasar y hacer sombras a travéz de la persiana. Sombras chinas alargadas e impersonales que entran a mis ojos medicados y cavilosos.
Lo que sea. Emilse me chupa la pija por treinta segundos hasta que le digo que pare.
Lentamente saca su cabeza hecha de huesos, su boca fria, de mi pequeño y lánguido pene.
Siento miedo y repulsión porque... es como que me chupe una muerta.
De su barbilla cae saliva limpia, tiene labios delgados, y de alguna manera está viva y está muerta. No estoy muy seguro, ni de ella ni de mí.
Yo lloro todas las noches antes y después despues de tomar la fluoxetina. Prozac. Me dicen que me pase al Litio, pero yo no quiero porque tengo que eventualmente manejar la medicación yo mismo. Una sobredosis de litio sube los niveles de sodio en sangre al máximo, y yo estoy listo, siempre estuve listo y sigo estando listo.
Emilse aparta la cabeza, está en cuclillas, vestida de negro, sus pequeñas tetas, sus pezones infladitos marcados patentemente en su remera fina. Quiere guerra y yo estoy con la pólvora mojada.
- Ya acabaste?
- Me tengo que ir.
Yo estoy vestido en gamas de blanco, color crema, tengo zapatillas y una mochila nueva que aún tengo. Estoy triste.
Ella viste de negro. Los gatos en su mochila de plástico son rosas y no parecen felices.
Mi enfermedad es mi primer probada de muerte.
Por alguna suerte, mi enfermedad y la muerte por suicidio de mi padre me trastocaron tanto la cabeza (supongo) que en algun momento de mi padecer encontré estas dos cosas, la muerte de mi padre, y mi enfermedad, como una cosa liberadora y vigorizante.
Aunque nunca se me ha ido de la cabeza la idea de que fui una de las razones por las que mi padre evitó convertirse en un espectáculo triste.
A veces, el lobo de la manada hace lo que sea para cuidar a sus cachorros. Esto todo el mundo lo sabe, y vos ya lo intuyes, no?
No sería hasta uno par de años despues, o año y medio, en que me encontraría otra vez yo mismo de cara contra la pared despidiendome de la vida con treinta pastillas de clonazepam en la panza, delgado, rapado, helado en el invierno, incomunicado y harto de todo, triste, al borde de la muerte.
Me levanté y Emilse se despidió de mi, en el borde de la puerta de la conserjeria, con un tierno beso en la boca, un beso suave.
No sé si me dijo que me quería, pero un par de años mas tarde, cuando quiso decirme que, a) estaba embarazada o, b) que queria ser mi novia porque estaba embarazada de mí, yo salí corriendo a echarla de mi casa. Yo seguía sin acabar. Tres años.
Ya estaba con otra mujer, con la cual estaría casi seis años.
Ella murió de cáncer en noviembre del dieciseis, a los cuarenta y seis años de un cáncer de útero, una sombra de la mujer delgada y clara que conocí cuando empecé a amarla. Y amarla hice. Fué la primera.
Se me mezclan los locos, se me mezclan las mujeres. No soy escritor, perdoname. Solo soy un vago al que se le acabó la suerte.
Al dia siguiente de la mamada me crucé con Inés. Inés tiene un sombrero de paño lenci que hizo ella misma, bijouterí de fantasía para niños, pedazos de piel de fantasia colgando de las muñecas y un pequeño pajaro de plástico arriba de la calva... la piel muy blanca, la naríz muy grande y la mayoria de el pelo de su cabeza se ha caido hace rato. Debe tener unos veintiseis años. Quiere iniciar su vida sexual conmigo. Yo le agradezco sincera y dulcemente su propuesta pero le digo que ando malo y que en realidad, no puedo ofrecerle mucho, que ando triste y cansado. Ella se rié y despues de una conversación amena sale disparando a ser feliz a a otro lado. Me cae bien Inés. Me la he cruzado un par de veces por la calle de mi barrio, Balvanera, con su padre, un rabino centenario con una gran barba, encorvado y pequeño, que me saluda cortesmente desde su camisa blanca raida y su kipá ladeada.
De vuelta en el patio del loquero. El escenario no cambia, hay mas luz ahí, Muli.
Hay una mujer que no conozco. Si Dios me puso en un buen loquero, al menos me puso un monton de mujeres interesantes al lado. La veo a ella. No la conozco. No habla con nadie. Parece ser una isla desierta perdida en un océano imposible dentro de ella misma, en el banco, vestida de blanco, grandes vendajes en los antebrazos, moretones, piel oscura, largo pelo negro en una coleta, los ojos perdidos en un macetero con flores y potuses un tanto desgarbados. Hay sombras en el patio. El patio es bello. Ella es bella.
Le pregunto por su dolencia, por su circunstancia. Quiero conectar. Ella me mira de soslayo y me dice que se cortó las venas y de que, de hecho, lo hizo, y lo hizo bien. Tiene un acento latinoamericano. parece estar muy lejos, muy lejos de su casa. Muy lejos de Cuzco.
De alguna manera la pescaron en el momento crucial y pudieron salvarle la vida.Por lo que puedo ver, los vendajes cubren todo el antebrazo. Supongo, para bien o para mal, que ha decidido hacerlo de la forma correcta. Cortes longitudinales, verticales.
Nada de mariconadas. No feelings no remorse.
Entonces, en ese pasado mio y de ella, de fondo sonó una musica cursi que me hiela el alma.
Todo este lugar parece popùlado, por gente que ha elegido la canción incorrecta para bailar la danza imposible de sus días. Es jodido. Te marca a fuego, y siempre de mala manera.
Años mas tarde, otra vez yo en tratamiento, otra vez en el cenicero de almas, me sabría de memoria todas esas canciones horripilantes de Diego Torres y de Alejandro Lerner.
La cuestion es que se llamaba... no me acuerdo, pero me cuenta que vino de Cuzco. De alguna manera la habían expatriado desde Perú, porque en Perú no habia instituciones de este tipo al que ibamos nosotros.
Nunca supe mucho de ella excepto que quería, tácitamente, ser dejada en paz. Yo hacía unos meses me sentía mejor pero había empezado a tomar conciencia de la gente alrededor mio, «el extraño y maravilloso ramillete de flores» como le dije a la sonrisa de cemento de mi hermana... y, entonces, en medio de mi pire mental, encontré una especie de estudio social y antropológico para hacer. Conversaría con todos y todas, grabaria con un walkman sus canciones, estaría en todos lados. Iría al mediodia y no me iria hasta las siete. Fumaría cien cigarros y convidaría otros cien. Tocaría el piano hasta que los propios internos me dijeran que estaba loco y que cerrara el orto antes de que me mataran a palos, cosa que podrian haber hecho con facilidad unas mil doscientas veces.
Entonces me dediqué a eso. Años después continuaría con esas cosas. Grabar sesiones de musicoterapia. Conversaciones furtivas. Babeos de dementes. Incluso sacar algunas fotos mal iluminadas de los patios y las mesas de café con leche frío, las tres galletas con jalea de cada paciente. Pero lo haría.
Hace casi una década que estaba grabando mi propia musica y mis nuevos hermanos locos tambien tenian su musica, su deseo de amor incondicional, de no ser estigmatizados, de ser mirados y admirados, queridos, dichos que son queridos, y absueltos, por Dios y por sus propios cerebros destrozados, y eso hice. Pero a medida que pasaron los meses, mas y mas meses, creo que fué entonces que empecé a vilificarme cuando me di cuenta de que ni siquiera con los dementes podia llevarme bien.
A veces me sentaba solo en el banco del patio, deseando irme a vivir cerca de un riacho, una colina verde, pensaba, por favor, que alguien me meta en un plato volador y me saque de esta tierra gris, de en medio de la gente normal.
Por lo general eran los propios internos los que me rescataban de mi taciturna antipatía.
A veces ibamos hasta tan lejos como el Delta del Tigre, y pasabamos buenas tardes en un verano caliente. Esperabamos la lancha colectiva, y, como no venía, yo me tiraba al rio marrón y helado, y los negros de mierda de esos recreos para borrachos y meones sin educación ni sensibilidad me insultaban y se reian de mi.
Saliamos en el primer puto bote que podiamos encontrar de vuelta hacia el tren y de ahí de vuelta al «verdadero Buenos Aires que estaba en Capital Federal».
Apaleados, peleados entre nosotros mismos, quemados por el sol, blancos sin tomar sol porque nos dejabamos puestas las remeras sucias, hartos de nosotros mismos, perdidos de nosotros mismos, irritados, fingiendo frenesí. A veces si, a veces no.
No sabiamos donde estabamos, ni como tomar una lancha colectiva o como no tirarnos a las vias del tren cuando llegara bufando al andén, entonces lo hacíamos y tambien no haciamos esto otro y todo era una melange y una ensalada mental que diez años después se llevó a la mitad de nosotros, o mantuvieron encerrados a la mitad de nosotros, y otros se pusieron mejor y otros saltaron a la vias del tren, con sus poemas en los bolsillos de la campera y un par de cigarrillos rotos, todo eso cortado a la navaja por las ruedas de metal de el tren a León Suarez.
Puedes encontrarlo en las necrologicas de internet de hace quince años atrás. Se llamaba Mariano Newton. Era muy agradable, y, a la ultima mujer que conoci en mi ultima internacion, le dijo a Dolores, yo te voy a hacer una copia de mis poemas premiados, los que tienen una influencia de García Lorca. Los del limonero.
Y vos lo mirabas a la cara y en sus ojos habia toda la tristeza del mundo, toda la miseria del mundo, todo el abandono familiar del mundo, estaba solo solo solo, como todos nosotros, despreciados o apreciados de una manera completamente errónea por nuestros padres y hermanos.
Pero a Mariano estaba esperándolo un tren, y Mariano estaba esperando a ese tren en el andén, y ahí abajo se fué con sus poemas y dos cigarrillos rotos y sus ojos agridulces almendrados.
Ese dia no quise caminar por el paso a nivel.
Mas tarde pregunté, y me lo corroboraron.
Dolores guardó algunos de sus poemas, me dió una copia, yo las guardé, pero las perdí.
Nunca me lo perdoné, pero me dio gusto que Dolores misma escribiera sus propios poemas en su letra manuscrita, infantil con tesón y pasión y conviccion en el futuro de la dulzura.
Tenía ella el pelo cano, teñido de un negro azabache que emparchaba todos los meses con otro carmelazo. Un par de kilos de mas en los lugares justos. Una mata sedosa de pelo entre las piernas, blancas, tersas, casi de matrona rusa. Ojos oscuros, labios delgados, hermosos pechos, y cuando yo chupaba los pechos, de los pechos salía leche, salia leche como efecto de la subida de la prolactina por las dosis de medicación, y yo me tomaba esa leche, y ella lo encontraba muy divertido, yo me relamía con su calostro químico, y así eramos muy felices. Encerrados en mi pieza con mi pene adentro de sus labios vaginales muy mojados, ella, cachonda to the max, amante incansable, mientras yo le chupaba la concha y el ojo del culo, ella gimiendo lo mas levemente posible que la calentura le permitía, yo, naufragando una y otra vez en mi desgracia sexual, pero didáctico y mentalmente seminal, porque, detras de nuestra puerta cerrada, se escondía mi gran secreto: era la primera vez que una mujer dormía en mi cama, mi cama de una plaza, con un buen colchon. Y ahí nos moviamos de arriba hacia abajo, los dientes picados de caries de ella alzándose hacia el techo gélido de la pieza, bendiciendo, al fin!, una casa de departamentos que no sabía nada de lo pío y de lo divino.
Fueron grandes momentos de mi vida. De NUESTRAS vidas. Es la gente mas maravillosa, compleja, divina, hermosa, que he conocido en mi vida. Hace tiempo que me falta volverme loco por tercera vez, pero esto no debería contarlo, o por lo menos no en voz muy alta, pero ahora que vos estas leyendo esto, querido lector, querida lectora, ya sabés que pistola agarrar para matarme definitivamente por última vez.