miércoles, 5 de abril de 2017

LOS DIENTES DE UN DESCONOCIDO


Encontraron el cuerpo del occiso completamente carbonizado.
Nafta. Por menos de cien pesos lo mandaron al otro lado.
Probablemente estuviera alcoholizado. Simplemente durmiendo la mona. O era un groso de la zona. Un pope que se perdió entre los comunes.
No quedó nada, ni siquiera se le pudieron encontrar los registros dentales. Nada.
A cincuenta metros estaba la foresta y unos mil metros mas allá, al este, estaba el rio. Habia sudestada.
El río no dijo nada.
Pero eso fue el dia después. El dia anterior yo estaba en la costanera. Fui a por un bocadillo. Hacía frio, pero no tenia nadie con quien estar y me tomé el subte B. Me gusta el subte. Bajar a las entrañas de la tierra. Ver las caras de la gente. las mujeres, todas hermosas, con sus caras de cemento, con un dejo de grave tristeza. Andan por debajo de la tierra preocupadas por un amor que no viene, o por los años que sí vienen. Está calentito ahi abajo, en el subte.
Fue lo unico calentito del dia, ese dia.
Me bajé en Alem, al lado del Correo Central. El Luna Park cerrado. Todo encapotado, todo con un velo.
Me cierran el mundo, pienso a veces, y es verdad. La capsula de vitamina B, en este preciso momento, está trepando por mi lengua, con su color anaranjado, amargo, muy amargo. Me sube al cerebro y quisiera gritar. Es de mañana. Escucho a la gente charlar balcón abajo. Pero tengo que encontrar un tiempo para contar esto. No se donde voy a estar mañana. Vivo volando con el viento, un viento suave pero persistente que no para nunca. Tengo la espalda rota, mala vision, los dientes se me caen a pedazos y yo estoy vivo aún, escribiendo esto. Si el ser humano se conforma de actos o fortunios que llevan a hechos y consecuencias, escribir esto no deberia ser el fin del mundo de nadie.
Me bajé del subte, enfilé hacia madero, llegué al dock, doblé a la derecha bordeando la fragata Sarmiento, que no cabeceaba a pesar del viento. Muda, inmovil, bastante inútil, sin ningun acento mas que el de su historia, la cual ignoro porque no me importa. Blanca, gigante.
La gente como yo no anda en barcos. Solo una vez estuve arriba de un barco, por una media hora. Iba al colegio. Vimos a Buenos Aires desaparecer. Fué intenso. Las maestras estaban preocupadas e irritadas. Solo un divertimento para los alumnos perdidos de un colegio religioso, sin moral y sin destino. Volvimos y bajamos del barco. Pocos deben recordar ese trip escolar. Y yo, pasando de largo al costado de una fragata, hacia una hamburguesa fria, pasando de largo los Lamborghinis estacionados en Juana Manso, al lado del «Faena Oh que tan Exclusivo que soy» Club Art District.
Hay unos setos en la plaza del medio de la avenida. Apenas los veo me dan ganas de mear. Estan en filas paralelas, son frondoss, ríspidos, estupidos. Perfecto para una buena meada de invierno. A nadie parece importarle. Me lavo las manos en el bebedero. Tomo un sorbo de agua, cargo el tanque otra vez y ya estoy en los carritos. En My Dreams.
Solía ir con unos vagos a comer ahi, en los veranos, a comer choripanes grasientos y crudos que nadie queria comer. Era la unica via social que teniamos, ir ahi y comer, ir ahi y charlar, ir ahi y pelearnos. La mayoria de mis amigos están muertos o internados; o ya no son mis amigos y estan o muertos o internados.
«It was the best dreams we could afford».
Espero debajo de la columna persa, esa que tiene los toros cornudos en la punta. Los recuerdos de la niñez que tuve en algun momento se han disipado ya con todas las penurias que he pasado, pero esa columna aun me gusta. Tiene un tinte amarillo. Es mas vieja, mucho mas vieja, que cualquier pecado que exista en Buenos Aires. A veces la toco. Está fria y dura, como mis ojos cuando me enojo.
Ese dia, ese dia que es ahora, las nubes, las nubes. Grises, como de un gas metálico muy añejo y muy pesado. Bajas. Comiendose la mitad de los rascacielos donde nadie vive. No me importa mirarlos mientras no me ponga a pensar de que ahi dentro no existe el dolor, o si existe debe ser una suerte de dolor muy refinado, muy perfumado, muy de preocupaciones mas delgadas de lo que puedo llegar a imaginar. Pienso en paneles de papel arroz. Un ritmo diferente. Una suavidad diferente. Diferentes ropas, diferentes olores, diferentes cigarrillos, diferentes musicas, diferentes mugres y cucarachas.
Cuando veo esas torres que llegan hasta las nubes, siempre me acuerdo de todo lo que no quiero ser y de todo lo que nunca seré.
El grito de un parvulito de carancho. Una cosita. Ojo redondo rojo, mente evaporante.
Camino. Simplemente camino. Voy hacia el Sur. Hacia la villa. Hacia Lola Mora, blanca y suicidadapor siempre jamás, detras de un plexiglás mugriento, una escultura pulida por el poco salitre químico de el Rio de la Plata.
Viento. El sol oblicuo y mas viento y el viento trae un poco de obscuridad, una obscuridad de dimensiones astronómicas y físicas que cae desde el aire sobre la ciudad como un manto sólido y palpable, impregnandolo todo.
No soy valiente. No puedo rechazarlo.
Me pongo la capucha, mi cara se crispa, ahora soy un tunel de viento y mi boca recibe el cono gélido directamente a mis pulmones a travéz de el agujero en mi cara en el medio de mi barba. Me siento AZUL. Debo estar azul. Como era que decia el poemario popular de la infancia?
«Los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor...».
Por lo menos zapatillas tengo. Son marca Rave. Mi bolsillo y mi refinado paladar de calzado e indumentaria me hizo notar en la casa mayorista de calzado economico que las Rave tienen, en la grilla de la planta del pie, debajo de la plantilla de utilería, unas bolitas de goma entre cada espacio de la cuadricula de la suela. Eso quiere decir que cuando se gasta la plantilla los pies te van a doler menos por el espacio ocupado entre cada varilla de PVC.
Me duelen los pies, de todas maneras.
Hay perdidas de agua en el farallón a mi izquierda, Uno se pregunta de donde sale el agua, estando el agua de la inundacion en la previa a la Reserva Natural a diez metros mas abajo de la baranda. Un reguero triste en una costanera triste que se cae a pedazos. Resiste, aún.
Un vago y una vaga por aqui y por allá. Caras imprecisas. Aves que chillan. Los arboles centenarios, cortezas negras, ennegrecidos por el smog como el carbón, susurrantes en su soledad magnánima y fria.
Me siento a gusto porque bajar mas abajo implica la muerte y el fin del dolor.
Trato de no caer mas bajo.
Gris, negro, gris, negro, verde, cemento y vidrio. Ausencia de niños. Ausencia de este niño que aquí tipea al borde del abismo, tambien con pérdidas de todo tipo.
Manos azules extienden unos pocos billetes. El olor a grasa saliendo de el planchón humeante de la parrilla. Los choripanes y las hamburguesas ya no son lo que eran. Desde que Macri cambió las parrillas a carbón por esas mersadas proyankis a gas, la carne no tiene gusto a nada. Antes por lo menos me mentian y parecia que uno comía carne, ahora la carne devorada es uno y el sandwich que te dan te mira y se te caga de risa.
Miro hacia el este, hacia la arboleda inmensa.
Pienso: «No se puede ir mas hacia el este, si tratara de nadar hacia Montevideo probablemente le pifie. Terminaria en Ciudad del Cabo, vería a mi alrededor y aun así querria prenderme un pucho y pasar de todo».
Por ende, me prendo un pucho. Fumo demasiado. Debe ser la angustia, o que me gusta. Planta sagrada, el tabaco, no?
Cuando fui a ver a Srta. Trueno Negro, me pidieron cortesmente que me retirara del establecimiento para fumar mi tabaquillo.
El siome neohippie/hipster/clón de Pángaro marica de playa que me habló acababa de salir de el pequeño patio cubierto apestando a resina de cannabis.
El progreso. Tabaco no, marihuana si.
No producen semen, les sale yogur diet de la pija.
Le dí un mordisco a la hamburguesa, ese dia que fué y que es hoy. Mastiqué tres veces, tragué, un pedazo de pata de vaca se me quedó entre las muelas rotas, hurgué con la lengua, pensé en mi madre, pensé en agua fria, en la posibilidad de la lluvia, me senté en una silla plegable y puse las piernas arriba de el farallón a ver las cigueñas pasar. Una , dos, tres. Van hacia el norte. Y hacia arriba.
Buenos Aires está invivible.
No es que yo sea un tipo malo sino que me empujan. Si empujás a cualquiera por un buen tiempo las cosas se van al carajo, no importa que hayas nacido con un buen corazón, o que el  sufrimiento de la soledad te haya hecho un hombre permeable y atento y casi justo. No alcanza. Se supone que te traten bien. El problema es que muchos hombres y mujeres, una vez que prueban la acción de la crueldad, ese primer paso hacia una vida de malicia, ya no pueden parar. Es como una droga. Hacés mierda a uno y no podés parar, y viene otro, y otro, y otro, es un vicio y una fiebre, un disfrute, como cazar elefantes: no tiene sentido, pero las caidas son resonantes y poderosas y te conmueven el corazon.
Y cuanta sangre. Mucha. Ataúdes. Pedazos volando por todas partes, lágrimas, internaciones.  Uno se lo hace a cualquiera, grandes, chicos. Se empieza por pequeños resentimientos, por un cruce de palabras o un gesto. Te terminás haciendo policia recibiendo petes de mocosas de once años en la rotonda de los colectiveros de Valentin Alsina.
O te hacés presidente y tus ojos se ven mas azules que nunca. Y te mirás al espejo y decís: no soy el tipo mas malo del mundo. Mi corazón es correcto.
O te empezas a poner crema en los ojos a los setenta y dos años porque toda tu vida te dice que tu vida es tuya y de nadie mas, y te preguntas por qué. Y en la cama a la noche todos los finados del mundo te miran desde la esquina del baño, esperándote, y ya no sos bella, ni por dentro ni por fuera, y te preguntás por qué. Y hay un plán. Y es siempre infalible.
No se puede parar.

Grasa vacuna en los dedos, la carne y el pan y el aderezo bajando por la garganta, y el sol casi se ha ido, es el filo de una moneda muy vieja casi blanco donde ya no queda nada, y de mi boca empieza a salir una vaharada persistente que se difumina en el aire gélido.
Tengo ganas de tabaco. Me doy un tiempo.
Termino la hamburguesa. Me prendo otro Baltimore con una mano dura y seca y temblorosa. Doy una seca, los labios resecos. Me los muerdo, arranco piel, me la como. Sabe igual a la hamburguesa. Está linda la tarde, no? Claro que sí. Mi mano ya está violeta. meto la izquierda en el buzo y la otra la dejo arriba cerca de mi cara.
Un viejo tic de cuando tenia mujer y yo fumaba cerca de ella. A ella le gustaba eso: verme con la mano arriba de la cabeza para que el humo no le fuera hacia su estúpida cara.
Ahora ella se fué lejos. Un dia simplemente desapareció. Me mandó un SMS muy corto, con la voz de otra persona, probablemente redactado por otro hombre.
No la extraño. Tenia buen cuerpo, el problema era el espacio vacio dentro de su cabeza y el espacio lleno dentro de la mía.
Sigo, de vez en cuando, subiendo la mano hacia el aire.
Un carancho se posa en el farallón cerca de mis piés. Le tiro un pedazo de pan. Se me queda mirando con su ojo inadmisible y muy rojo y muy certero. Da un salto. Picotea. Yo sonrío.
Te dieron gato por liebre, querido, pienso, y no me refiero a MÍ sino a ÉL.
Pero el no sabe mucho de esas cosas y yo no sé mucho de las cosas que sabe él, asi que estamos a mano. Le tiro un pedazo de carne. Picotea. Sonreiría (él) si pudiera.
Yo solo lo miro directamente a su ojo rojo, a su cabeza imposible y nerviosa. Dios hizo algunas cosas buenas en el mundo, la mayoria son cosas que uno no puede replicar y que por ende consideramos geniales. Los pájaros son una de esas cosas buenas.
La coronilla de Mi Cabeza extiende una Mano Roja, toca el penacho suave, retuerce su cabeza plumífera y quiebra el pequeño cuello, su pequeña alma de ave sale volando como en un viejo dibujo animado y entonces vuelvo a mi, a mi esqueleto que hierve, a mi fiebre, a mis dias sin sentido, al «crying human frame» de todos los días.
Desde el otro lado de la naturaleza puedo sentir al rio golpearme la cabeza una y otra vez, una y otra vez.
El río es marrón, y conforme ha caido la obscuridad ahora en la mas absoluta y divina penumbra, es profundamente negro, como una piedra finamente pulida hasta hacerla rabiar de ira por la ausencia de toda esperanza. Yo quisiera tener algo con que hendir el rio y hacer un hueco en el medio, para que sea mío. Pero no puedo. Pero que es mío es mío. No lo pienso muy a menudo, pero el agua sigue corriendo, y el fuego sigue quemando y la nafta sigue quemando maravillosamente y uno que está todo el tiempo dolido y maltratado por todo el puto universo con una caja de fosforos con mil fosforos encima todo el tiempo.

Pobre cosita iluminando la noche.



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