lunes, 10 de noviembre de 2014

Carlos no molestaba a nadie



El sujeto en cuestion con el que tendremos que respirar codo a codo, mitad corcél, mitad diente de león, no era mas que una simple reflexión, suave como un suspiro, tan fuerte como agua de mar entrando en la arena completamente seca.
Habia murmurado letanias autosuficientes que matarian a un existencialista en segundos, las habia, inclusive, hablado consigo mismo casi en voz alta. Despues se habia dado vuelta para ver quien dijo eso y se habia quedado sorprendidisimo, si esas cosas las dicen solo los hombres fuertes.

- Debe ser cosa del diablo que yo ande diciendo cosas como estas.-, se dijo mentalmente, esta vez cuidando de no hablar en voz alta.

Dios no lo permita, pensó Carlos. Y dios no permita que yo escriba: Mierda, Dios no lo permita!

Miró por debajo de la puerta y vió que habia llegado una boleta de luz por cincuenta y siete pesos, esto lo supo despues de romper el sobre cuidadosamente, porque las boletas rotas en la punta podian tener codigos de barras que despues lo miraban enojado.
Miró por la ventana y notó que algunos gorriones se posaban en los alfeizares de otrs ventanas, ahi enfrente de el. era un dia de sol. Fue a la cocina y tomó un puñado de polenta y la puso en su alfeizar y esperó, en la mesa, con infantil excitación.

- Tal vez asi pueda hacer amigos.

Nadie lo visitaba. Tenia un hermano alejado, media familia aun no muerta (esto era un decir, estában muertos de alguna manera muy, muy, muy real). No le mandaban postales o lo llamaban por telefono casi mas de dos veces cada cinco años. Alguna extraña navidad hablaba con su madre unos veinte minutos entre el sonido de las bombas y los cohetes, él siempre estaba un poco borracho y lagrimeaba gotas calientes de los ojos en medio del silencio espiritual mientras su madre le contaba los chismes de rigor, preguntando por sus nietos del otro hermano. Una niebla espesa y potente y asfixiante alrededor de un verdadero corazon de plomo.
Era como si alguien pudiera tomar cien iglesias evangelicas y dartelas por la cabeza sin ningun motivo.

Miró la ventana y un gorrión se posó energético y eléctrico y pequeñísimo en su alfeizar. Movió su cabecita electrificada a todos lados y picoteó de la polenta.

Carlos sonrió. No por nada se llamaba Carlos y tenia cuarenta años. Le dolía la espalda y no tenia trabajo, le dolian las manos y no estaba buscando trabajo, el dinero era un misterio y la ciudad no ayudaba nunca. Pensaba de él mismo que no era ningun pan de Dios, pero que se las arreglaba bastante bien no dañando a nadie y consideraba que su silencio era el nectar de los dioses, si es que existian los dioses, y Carlos no creia en los dioses. Cosas como la dialectica rimbombante y las flatulencias y las florituras frias le eran extrañas y un tanto pomposas, las filosofias eran complicadas estratagemas... la ductilidad intelectual una petulancia, y la bondad una espada a blandir sobre pocas almas sobre esta tierra.
No habia mujer desde hacia un lustro, y las sabanas se mantenian limpias. Tenia cuatro juegos de sabanas, las almohadas no tenian funda. Dos juegos de llaves, ningun auto, cuatro guitarras y tres ceniceros. Pagaba las expensas del uno al cinco, con regularidad, desde hace siete años y medio. No tenia mucho dinero pero unos picotones de esto y aquello le hacian sentir bien, unas galletitas por aqui a la noche, del kiosko que abria toda la noche, un botellín de Coca Cola para levantar a la medianoche, el sabor ultra dulce la cocaina en la pqueña botella, limpia, perfecta, una obra de arte, la brisa nocturna de las dos cuadras hasta el kioskero y a veces se quedaba hablando con ese dependiente mustio y agradable y alto y medio dormido, hablando de nada mientras el desierto de la calle y el eclipse lunar hacian de las suyas.
Se rascaba los pieses, se rascaba; se los rascaba y sacaba esto, de todo aquello: un zapato reluciente y mas brillante que cien mil veces cuantos besos fueren de todos los soles del universo, una hebilla de mujer, un forro usado, un arcón de las fantasías, un ratón  dormido, un arco iris con un unicornio del color de las nubes cargadas de electricidad volando en el medio, un Potato Head con algunas piezas faltantes, un racimo de uvas regalo del nerón que debió haber sido, una boleta vencida de Telefónica, un cepillo de dientes electrico, pasta de dientes en un tarrito de pomada de zapatos de jugar al golf, un neceser, una aguja con su correspondiente hipodérmica de vidrio, un alicates de uñas, un cigarrillo roto, una lagrima teñida de rojo por todos los dias de todas las crucifixiones, un espantamoscas nigeriano de un rey muy, muy alto, muerto hace unos dias, hecho con una colla de camello y un zafiro en el remate del puño de plata y cien pajaros con plumas de cristal azul que gimoteaban.
Cuando caia el sol, Carlos exhalaba tan fuerte que temblaban los rascacielos de Puerto Madero (hechos de papel higienico de doble hoja y queso crema untable) y los gobernadores, en sus sillas de ebano levantaban el dedo para ver si ya habia empezado a volar la mierda.
Nadie lo molestaba. O, lo molestaba y el hacia caso omiso de estas molestias permaneciendo en silencio en la rueda de los latigazos, y Carlos hacia, de ese sentimental mood, un credo previsible.
De todas maneras se mantenia caminando, sea en la calle o en su mente, pensando, ardiendo de alguna manera, como una gran llama azul saliendo del centro de la tierra caliente. Escribia cuentos breves de vez en cuando, y llevaba un diario íntimo, tanto mental como escrito, que subía frecuentemente a un blog de internet, al igual que Fernando Bocadillos. Por suerte, Carlos no era tan lastimero y patético como este ultimo, que lo único que hacia era llorar sobre la cerveza y empastar a todo el mundo con sus glóbulos rojos y blancos. Cuistch, cuistch, saltaban los chorros! Menuda molestia el muchacho ese. Pero, Carlos Alberto solo se limitaba a breves reseñas que siempre terminaban en un gran moño de un color agradable que ponia a todo el mundo en su lugar, o sea el lugar de él y de ellos, preconcebido, armado a diseño (muy moderno, excelente para esnifar y ser un animalito de rebaño, como un pequeño cerdito, muy limpito y muy perfectito), tierno, amable, como chuparle las tetas a mamá otra vez. Un color hermoso. Pongámosle que era un color como un celeste de lazo de comunion en el pelo de una nena rubia de doce años a quien nunca le hubiera llegado todavia su periodo menstrual, o, el de una corbata agradable muy agradable; digamos que las palabras de Carlos eran gentiles y que Carlos detestaba las corbatas, dicho sea de paso. Las palabras de Carlos mostraban y no mostraban. Servian a la comunidad. Como la policia en Noruega. Las palabras decian y no decian, sugerian y se iban rapido, para no molestar, solo dejando en el lector o el escucha un atisbo de salvajía contenida, casi solo aparente. Las palabras se iban rapido, como quien no ha sabido nunca de caminar debajo de la lluvia por una razon mortalmente genial.
Como este cuento que termina aquí.
Para molestar.



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