El sujeto en cuestion con el que tendremos que respirar codo a codo, mitad corcél, mitad diente de león, no era mas que una
simple reflexión, suave como un suspiro, tan fuerte como agua de mar entrando
en la arena completamente seca.
Habia murmurado letanias autosuficientes que
matarian a un existencialista en segundos, las habia, inclusive, hablado
consigo mismo casi en voz alta. Despues se habia dado vuelta para ver quien
dijo eso y se habia quedado sorprendidisimo, si esas cosas las dicen solo los
hombres fuertes.
- Debe ser cosa del diablo que yo ande
diciendo cosas como estas.-, se dijo mentalmente, esta vez cuidando de no hablar
en voz alta.
Dios no lo permita, pensó Carlos. Y dios no permita que yo escriba: Mierda, Dios no lo permita!
Miró por debajo de la puerta y vió que habia
llegado una boleta de luz por cincuenta y siete pesos, esto lo supo despues de
romper el sobre cuidadosamente, porque las boletas rotas en la punta podian
tener codigos de barras que despues lo miraban enojado.
Miró por la ventana y notó que algunos
gorriones se posaban en los alfeizares de otrs ventanas, ahi enfrente de el.
era un dia de sol. Fue a la cocina y tomó un puñado de polenta y la puso en su
alfeizar y esperó, en la mesa, con infantil excitación.
- Tal vez asi pueda hacer amigos.
Nadie lo visitaba. Tenia un hermano alejado,
media familia aun no muerta (esto era un decir, estában muertos de alguna
manera muy, muy, muy real). No le mandaban postales o lo llamaban por telefono casi mas de dos veces
cada cinco años. Alguna extraña navidad hablaba con su madre unos veinte
minutos entre el sonido de las bombas y los cohetes, él siempre estaba un poco
borracho y lagrimeaba gotas calientes de los ojos en medio del silencio espiritual mientras
su madre le contaba los chismes de rigor, preguntando por sus nietos del otro
hermano. Una niebla espesa y potente y asfixiante alrededor de un verdadero corazon de plomo.
Era como si alguien pudiera tomar cien
iglesias evangelicas y dartelas por la cabeza sin ningun motivo.
Miró la ventana y un gorrión se posó
energético y eléctrico y pequeñísimo en su alfeizar. Movió su cabecita electrificada a todos
lados y picoteó de la polenta.
Carlos sonrió. No por nada se llamaba Carlos
y tenia cuarenta años. Le dolía la espalda y no tenia trabajo, le dolian las
manos y no estaba buscando trabajo, el dinero era un misterio y la ciudad no
ayudaba nunca. Pensaba de él mismo que no era ningun pan de Dios, pero que se
las arreglaba bastante bien no dañando a nadie y consideraba que su silencio
era el nectar de los dioses, si es que existian los dioses, y Carlos no creia
en los dioses. Cosas como la dialectica rimbombante y las flatulencias y las florituras frias le eran extrañas y un tanto
pomposas, las filosofias eran complicadas estratagemas... la ductilidad
intelectual una petulancia, y la bondad una espada a blandir sobre pocas almas
sobre esta tierra.
No habia mujer desde hacia un lustro, y las sabanas se mantenian
limpias. Tenia cuatro juegos de sabanas, las almohadas no tenian funda. Dos
juegos de llaves, ningun auto, cuatro guitarras y tres ceniceros. Pagaba las
expensas del uno al cinco, con regularidad, desde hace siete años y medio. No
tenia mucho dinero pero unos picotones de esto y aquello le hacian sentir bien,
unas galletitas por aqui a la noche, del kiosko que abria toda la noche, un
botellín de Coca Cola para levantar a la medianoche, el sabor ultra dulce la cocaina en la pqueña botella, limpia, perfecta, una obra de arte, la brisa nocturna de las dos cuadras hasta
el kioskero y a veces se quedaba hablando con ese dependiente mustio y
agradable y alto y medio dormido, hablando de nada mientras el desierto de la calle y el eclipse lunar
hacian de las suyas.
Se rascaba los pieses, se rascaba; se los
rascaba y sacaba esto, de todo aquello: un zapato reluciente y mas brillante que cien mil veces cuantos besos fueren de todos los soles del universo, una hebilla de mujer, un forro usado, un arcón de las
fantasías, un ratón dormido, un arco
iris con un unicornio del color de las nubes cargadas de electricidad volando en el medio, un Potato Head con algunas piezas faltantes, un racimo de uvas regalo del nerón que debió haber sido,
una boleta vencida de Telefónica, un cepillo de dientes electrico, pasta de
dientes en un tarrito de pomada de zapatos de jugar al golf, un neceser, una aguja con su correspondiente hipodérmica
de vidrio, un alicates de uñas, un cigarrillo roto, una lagrima teñida de rojo
por todos los dias de todas las crucifixiones, un espantamoscas nigeriano de un
rey muy, muy alto, muerto hace unos dias, hecho con una colla de camello y un zafiro en el remate del puño de plata y cien pajaros con
plumas de cristal azul que gimoteaban.
Cuando caia el sol, Carlos exhalaba tan
fuerte que temblaban los rascacielos de Puerto Madero (hechos de papel
higienico de doble hoja y queso crema untable) y los gobernadores, en sus
sillas de ebano levantaban el dedo para ver si ya habia empezado a volar la
mierda.
Nadie lo molestaba. O, lo molestaba y el
hacia caso omiso de estas molestias permaneciendo en silencio en la rueda de
los latigazos, y Carlos hacia, de ese sentimental
mood, un credo previsible.
De todas maneras se mantenia caminando, sea
en la calle o en su mente, pensando, ardiendo de alguna manera, como una gran
llama azul saliendo del centro de la tierra caliente. Escribia cuentos breves
de vez en cuando, y llevaba un diario íntimo, tanto mental como escrito, que
subía frecuentemente a un blog de internet, al igual que Fernando Bocadillos.
Por suerte, Carlos no era tan lastimero y patético como este ultimo, que lo único
que hacia era llorar sobre la cerveza y empastar a todo el mundo con sus glóbulos
rojos y blancos. Cuistch, cuistch, saltaban los chorros! Menuda molestia el muchacho ese. Pero, Carlos Alberto solo se
limitaba a breves reseñas que siempre terminaban en un gran moño de un color
agradable que ponia a todo el mundo en su lugar, o sea el lugar de él y de ellos, preconcebido, armado a diseño (muy moderno, excelente para esnifar y ser un animalito de rebaño, como un pequeño cerdito, muy limpito y muy perfectito), tierno,
amable, como chuparle las tetas a mamá otra vez. Un color hermoso. Pongámosle
que era un color como un celeste de lazo de comunion en el pelo de una nena
rubia de doce años a quien nunca le hubiera llegado todavia su periodo
menstrual, o, el de una corbata
agradable muy agradable; digamos que las palabras de Carlos eran gentiles y que
Carlos detestaba las corbatas, dicho sea de paso. Las palabras de Carlos mostraban y no mostraban.
Servian a la comunidad. Como la policia en Noruega. Las palabras decian y no decian, sugerian y se iban
rapido, para no molestar, solo dejando en el lector o el escucha un atisbo de salvajía contenida, casi solo aparente. Las palabras se iban rapido, como quien no ha sabido nunca de caminar debajo de la lluvia por una razon
mortalmente genial.
Como este cuento que termina aquí.
Para molestar.