Se despertó en el suelo con el naso contra el
cesped y una hormiga, roja, presumiblemente, le entraba en la fosa y se dijo:
- Esto es cosa de gracia.
La hormiga? El hombre? Probablemente la comedia,
si esto era todo... y algunos manises de regalo, pardiez!
Se incorporó violentamente y el cielo de la
mañana le pegó directamente en los ojos, y lo que vio era del desagrado
inusual. La valla blanca. La pintura blanca desconchada y adentro. Adentro?
Estaba boca abajo, medio hecho un bollo,
medio nacido de vuelta en el jardin frontal de una casa de una sola planta, en
el porche en forma de arco habia una solitaria silla plegable (antes las hacia
Plasnavi, ahora las hacia otra compania). Se dijo que no era su casa, pero que
muchas gracias de nada por la noche
pasada ahi. Le picaban las pantorrillas y las plantas de los pies en las
zapatillas le sudaban a mares; estaba pegajoso, se sentia pegajoso y si alguien lo tocara, lo contagiaria de un bife. Eso,
contagioso y estúpido. No sentia resaca alguna, el pisco habia sido bastante amable... y él
era amable, pero estas vicisitudes, extrañas, infecuentes, embarazosas, un
tanto risueñas, le parecian algo demasiado incomodo, como esto de resolver salvajismos
postergados. Y ahora que los tenia en la palma de la lengua, algún espíritu
insano le enchastraba la fiesta. Se convenció que las resoluciones eran lo
suyo y que su resumé, su convicción vital, su curriculum vitae humano, traia
aparejadas ciertas evidencias que lo transformaban en un hombre.
Se paró y se limpió los pedacitos de brizna
de la cara y tomo el colectivo hacia el este, seguro de sus pelotas. Se sentia
maravilloso y se sentia un patàn y se sentia fuerte y se sentia debil.
El cansancio de los titanes.
Cuando llegó a la casa, entrando por la misma
vieja puerta, vio una telaraña al lado
en el hueco del timbre y unos ocho ojos de baquelita lo miraron con amargura
desde dentro de la tela, hueca, cilindro de los perdidos. Una antigua mosca
reseca estaba ahi en la puerta, recordatorio inapelable de la falta de cautela.
El hombre se sonrió. O evitabas la telaraña
como podías, o te convertias en una.
Era imprescindible permanecer atento e
inteligente y transitar disfrutando de los claroscuros, de los matices y de la
coreelaciones de las buenas y malas fuerzas. Utilizar las herramientas
apropiadas en los intersticios
disponibles para vencer a la
Gran Maquina.
Se duchó, dejando que los poros de la espalda
recibieran el calor del agua hirviendo que caia desde arriba. Tal vez sintió algunos
goznes en la espalda, un murmullo momentaneo, pero solo por un momento.
Salió del baño, chorreando agua, y aun todo
mojado se puso una camisa de poliester blanca. Los pantalones sin calzoncillos,
medias zoquetes y una flor invisible en el ojal del alma. Serviría para el dia
caluroso, nadie lo sabria, con una chaqueta de neoprene y esa seguridad de los
cazadores en los ojos, y la bondad de oficina en la boca.
Ceremonias de la mañana.
Salió afuera otra vez a la calle sin darle
importancia al sol, o al buen dia, o a la falta de una mujer fija, ni a su
madre, ni a las arañas, ni al cielo azul, ni al murmullo suburbano en ese
barrio deprimido y constreñido por la ortivez. Los vecinos. Manguereando el
auto, manguereando la vereda. Idiotas!
A todo el mundo le gusta sostener la manguera
y ver toda esa agua saliendo por la boquita del tubo de goma! Maravilloso!
Déjenlos!
Se mantenian alejados, él se mantenia
alejado, y las cosas marchaban fantasticamente bien. Haciendo cuentas
realistas, el mundo estaba popùlado por
un ochenta y cinco por ciento de zombies, un cinco por ciento de mujeres
tentativamente buenas, y el resto solo eran hombres con cara de cenicero y
putas dementes comprando toallas con alitas. Nada más.
Como se las arreglaba para no vomitar todos los
dias a toda hora era un misterio.
tenia un par de amigos fieles y tiernos con
quien hablar, servían, funcionaban, y el les servia y eso habia mantenido las
relaciones, no lo jodian, eran capaces y
contenedores. Se podia crecer y se podia involucionar bien. Jugaban al Dungeon
and Dragons todos los domingos, algunos estaban casados y las mujeres
preparaban los bocadillos y eran simpaticas, eso ayudaba a tener mucha
esperanza. Las chupandinas solian ser moderadas y las comilonas deliciosas y
satisfactorias.
Formaban un conjunto cerrado afable y
saludable. Nadie le saltaba el cuello a nadie, nuestro hombre no conocia eso y
si lo habia conocido, se habia apartado de manera tajante. Esas mariconadas del
drama y de «ella dijo y el dijo». No era para él. Dormia en la parte opuesta de
la casa, alejado un poco de su madre, que se
ponia regañona e insoportable a
veces pero, por esas cuestiones de pasar un año tomando de su leche, era
dificil rechazarla lo suficientemente como para odiarla. «El dijo ella
dijo". No way. Mamá hacia la comida y se mantenia peleona. La mayoria de
las mujeres pensaban asi. Te mantenian
bien gordito y saludable para no errar los puñetazos posteriores, para no
pifiar el colmillo en la yugular. Recordatorio constante: no te emparejes con la
hermana gemela de tu madre.
En el colectivo hacia Lomas de Zamora la
gente se desperezaba y tosia, parada en sus
pies, muerta en sus pies. Las mujeres miraban sus celulares con los
dedos en llamas, los hombres apoyaban la poronga silbando hacia el techo del
bondi, el colectivero detras de los anteojos espejados pensaba en hacerse
policia y no ver mas cara de personas, o matar, o en convertirse en perro y
oler pies y zapatos y mear en arboles, algo quieto, algo de silencio de las
manos.
Se desperezaban los carteristas y las
computadoras bufaban sus gruñidos electronicos y los tubos de neón se prendian
donde no habia ventanas, tartamudeando viejas, centenarias canciones de las
prisiones. Los tomates crecian y engordaban y dividida de su contraparte, a veinte
kilometros de distancia, la
Capital federal miraba con asco y recelo a su amiga útil la Provincia dentras de los
anteojos aceitosos del Riachuelo.
Escobas en las baldosas, lamidas las calles.
Alguien pensaba en un amor aqui dentro y por
fuera habia rayos y oleadas de melancolia, apartadas con un gran esfuerzo
mental.
Llegó a la oficina, entro por la puerta, o la
puerta entró en el hombre evolucionado. (Palacio nunca se veria tan malba, los
grises eran modestos, el escritorio compartido en su fisicidad con las tareas
del dia y sus manos eficaces sobre el teclado, buscando agujeros, buscando
errores, los errores de otros, en los platos de jamon crudo para otros. Un
click, tajos en los rostros. La taza de cafe con leche y los bocadillos de
queso fresco, unas galletitas, los minutos detenidos, las horas como caballos
trozados para la sopa de las noche de Polonia, el ghetto, el silencio de los
cuartos centenarios. La paz momentanea, la tregua del hombre para con el
hombre).
Se sacó la chaqueta y la mano se estiró hacia
los primeros pasos de la mañana, el inicio de una jornada de nueve horas. Horas
extras moderadas, incluidas, y bien pagas. Ambiente cordialidad y las posibilidades perennes de crecimiento en un
ambito de optima civilidad. Suelo alfombrado, uñas limpias. Mujeres moderadas,
poco cambiantes, efectivas, nada de rayos sexuales enviados. Y sigue.
Todo el edificio pareció tomar una bocanada
enorme y profunda y ancha, y los pulmones se tensaron al maximo y recibieron la Orden Mayor. Todo listo para
comenzar, en sus marcas... listos... GO.
Todos sabian que este muchacho habia nacido
para ser adorado, contenidamente, porque, se sabe, los hombres cabales no
necesitan o no toleran la telenovela de las grandes demostraciones de afecto.
Y el click. La hormiga roja bajó desde dentro
de su nariz, pegando un salto certero hacia el dorso de la mano, dió un
mordisco lleno de ácido, insufló la ponzoña paralizante (era una
sinverguenza) y el veneno, que llegó
como una saeta hasta el corazon del hueso y el hueso se sonrió, graciosísimo!,
y la mano se contrajo imperceptiblemente, el dedo hizo click en el mouse y la
ventana de trabajo en el entorno de la computadora se cerró con un siseo
preocupado, enojadísima, pero el hombre evolucionado se sonrió y se levanto a
hacerse un pingüe sandwich de queso fresco con galletitas y jamon Paladini y
una excelente y caliente taza de café con leche. Nada de polvos, sino la cosa
liquida, the real thing, la hermosura del liquido entrando en la taza de oscuridad,
diluyendo las malas luces negras, hasta transformarlo todo y convertir ese
capót en el lomo de un camello, cansino y bonachón, trotando apenas hacia las
noches de Arabia, sorbiendo con los pelos de la nariz las aguas verdes del
Canal de Suez, hacia las mieles de un harén de dulzura, imposible y apacible,
de seda... de pieles.
El hombre suspiró y pensó en arrayanes, en
bicicletas, en chancletas y en relojes. En una mujer en la otra parte de la
ciudad. Detrás de los ojos marrones, tenia flores desconocidas y estas
aguardaban, certeramente protejidas de los dedos de los hombres malos, y las
flores mismas, con los dedos largos y finos y verdes de la mujer del futuro,
estaban llenos de semillas fértiles. Y el reloj marcó las once y solo entonces
las cartas en los depósitos de los correos fueron despachadas, con un margen
optimo de minimo error de entrega.