Una caminata por el Bajo, la gente saliendo en los restauranes, mujeres, hombres, jovenes, muchos jovenes... la noche electrica, fresca, llena de vida, acuchillándome los ojos y el lomo, la juventud refrescante, la sangre de los jovenes y los viejos, a la salida de los teatros, esperando a sus estrellas de medio pelo para sacarse foto, las pizzerias con muchachos y muchachas y familias haciendo cola para tomar una mesa en un salón, los irish pubs de la calle Paraguay y el resto del maldito microcentro con sus trolas en pantalones de vinilo y los ojos vitrólicos y la lengua desesperadamente vacia, los puterios a donde nunca iré a comprar lo que ya tengo y lo que no quiero. Amo Buenos Aires hasta hundirme espinas en las uñas, hasta llorar sangre de la biblia, y la porteñidad no tiene ni idea de como le doy de besos ni por que le canto cuando no me queda ya nada por cantarle. Que mis huesos reposen debajo de una laja de cemento y que nunca mas se me vea como yo te vi a vos, ciudad perra, hija de las ratas, dadora de todo lo que NO. Te escribo esto no porque lo necesite y me haga bien, sino porque estoy en deuda de sangre.
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