El aroma de los jazmines en un cuenco art decò de mi abuela, el aroma de los duraznos frescos y los pelones arriba de la heladera, rezumando, cocinandose en el verano. Las siestas de ella. Mi merodear por la casa en el silencio de la siesta predemocràtica de Palermo. Viejos caserones, vestigios del blues del Cono Sur. Baldios de los antiguos mas antiguos que mis antiguos. Viejos calzados con zapatos, pulloveres abrigados de lana virgen, reunion familiar. Despues, la desaparicion de los zapatos, la llegada de las zapatillas, el placer, el destierro, el sexo, y la impresionante cantidad de ira aflorando desde el diafragma. Los dibujos a lapiz en un anotador amarillo. El mecano. Mis juguetes, todos desaparecidos. la adolescencia partida, fracturada. Las ganas de vivir, las ganas de morir. El olor de la fruta madura trocada en el olor de un sexo maduro. Cèsped cortado, pinos, el olor a bosta de los caballos. Los ojos de las niñas y sus cintas celestes en el pelo de pequeñas damas patricias transformandose de un dia para el otro en zorras enfundadas en spandex con cuchillos en el puño detras de la espalda. Los rayos apestosos de un sol nuevo. La concordancia de mi alma perdida y todos los silencios en el silencio de un puñado de monedas en el bolsilllo pinchado de el culo del jean. Vino derramado, pastillas sedantes en el cajòn de papà. Una vieja cortapluma de mi abuelo, herencia de un no-muerto muerto. Semblanzas que tiritan como una vieja radio portatil metiendose los dedos en la garganta para no contar las noticias, las noticias de hoy.
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