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El otro dia me comprè un auto. Un Corvette Stingray 1972, color bermellon. Una belleza llena de curvas y puntas, como una daga flameante llena de sangre. Radiales impresas: Firestone. Por dentro, cuero rojo, cuero de verdad, hay por lo menos cuatro vacas menos sus esqueletos adentro de el puto auto. No tiene compactera, pero seguro le pongo un boom box 2.0 ahi atras para reventarme la cabeza, con un reproductor de pen drive. Por lo demas, es todo velocidad y cuando aprieto el acelerador en punto muerto adentro del garange, ruge como un terrible gatito.
Fui a aprender amanejar hace unos años en una escuela de manejo en Buenos Aires, todo bien. La teoria es simple y evadir tachitos naranjas y blancos es casi como no pisar personas y revolearlos por el aire escupiendo sangre y visceras. Los instructores son unos panchos agradables y permisivos. El mio masticaba chiclets y se inclinaba hacia un lado sin darme la cara mandandole mensajes de texto a una amiga muerta. Bien por mi.
Ayer sali por primera vez del garage en la mansion en Beverly Hills, despuntaba el mediodia en un movimiento musical lleno de licencias, calor torrido, sol de pacotilla, una escenografia chata de una bola de fuego con algun sentido aparente y el resto era solo pavimento pulcro negro extendiendose en sinuosas curvas colinas abajo, hacia el afluente, entre firuletes antisepticos y ligustrinas de diseño. Estos yanquis saben como hacerlo: te mantienen en un unico movimiento mientras te hacen a la ruta del exito al mismo tiempo que te hacen engullir cancer de primera categoria. Es mas rapido un tiro en la sien con una gomera gigante y Piernas Locas Crane haciendo las veces de proyectil, a veces.
El auto. Rojo, potente, animal.
Ok.
Lo lleve bien hasta la autopuista hasta que me di cuenta de que no era lo suficientemente rapida. Mi cabeza, no la maquina. La maquina estaba bien, estaba hecha para obedecer mentes pusilanimes y proactivas, no la perdicion constante de un alma superlativa y profundamente espiritual como la mia.
Mal por mi.
Empece a correr. No se a donde. Me perdi en linea recta por unos buenos veinticinco minutos hasta que me di cuenta qu no podia frenar. No me fallaban ls frenos. Simplemente no podia frenar porque me di cuenta que no podia saber bien a donde iba o siquiera como volver. Tenia la leve nocionde que si giraba a la derecha iba a descender en algun barrio inhospito de donde-sea-que-fuera-que-estuviese-si-es-que-estaba-aun-dentro-de-mi-cuerpo. Leve temor.Entrè en panico. El lado derecho de la carretera que iba casi hacia la punta caliente del sol era la unica amiga que tenia. Empecè a achicarme hasta que mis pequeñas bolitas sudamericanas dijeron basta. Vi un patrullero. Recalquè los dedos en el freno.
Ya saben todos como es esto de la cana en Los Angeles.La mitad son Chicanos, la mitad son del Klan. Me fui para la banquina mas alusiva a mi terror. Parè alrededor de treinta metros depsues de la lancha y entonces apaguè el motor, apaguè la musica (hair metal, porque soy tan vivillo y pipiolo), cerrè las puertas con llave y me fui caminando hacia el cana que estaba chekeando no se què en su computadora personal de cerdo.
- Good evening. - hice un gesto tipo Gran Jefe Indio para hacerle saber que la iba en son de paz y al mismo tiempo que sabia que tenia que ser un problema muy menor.
El muy cerdo puso su gruesa y bestial mano sobre la cacha de su Beretta y y me saludo con el mismo gesto, pero su gesto no era mi gesto en absoluto y basicamente queria decir, muy profesionalmente, que me quedara piola y que fuera conciso, escueto y amplio, todo a la vez.
Era un intruso adelante de un intruso.
Le expliquè que simplemente no sabia como seguir, como volver a mi mansion en las colinas, y que aunque lo supiera, no podria hacerlo, aunque quisiera.
«I”m lost and I”m panicking».
Fueron muy amables. No me llevaron directamente a mi home en patrulla, lo cual hubiera sido tremendamente ridiculo, aunque no evitaron mirarme como si vieran a la cosa mas extraña y homosexual que hubieran visto en no solo toda su vida, tambien en las anteriores y las futuras.
Me llevaron en patrulla hasta un cruce, dije thank you so much, por una milesima de segundo pensè en darle la mano al rati, pero no lo hice, y se fueron entre siseos risueños de serpiente.
Todos parecian usar zunga. Y no les estaba mirando el culo.
Pedi un telefono desde un telefono publico en el medio de la nada, lo que es igual a asesinato seguro, vino un taxi. Subì. Le di la direccion al taxista y el taxista acelerò gentilmente hasta alcanzar unos veinte kilometros por hora.
Al subir la colina estaba completamente hundido en la cuerina de imitacion del viejo taxi y ahi estaba yo del tamaño de una cerilla usada, igual de util, polvo en las rendijas de el alma de mi mundo entero.
Lleguè a mi casa con el porton gigante de cedro negro y las aldabas ahi arriba entre las enredaderas y la hiedra benigna verde en los muros, en un lugar seguro. Subi las escaleras, entre muros de blancos, entrè en la habitacion, entrè en mi cama matrimonial donde duerme uno, solo, y solo uno, entre sabanas de lino blanco y sonidos y musica segura sin interferencia, algodonales de diamante hi-fi. Mi vida era blanca, habia plata y hasta la policia me daba besitos.
La remolcada del Stingray me costo trescientos cincuenta dolares, pero para un «big ass hot shot" como yo, eso era una cena gorda, y muchas ganas de comer no me quedaban.
Me hice un Nesquik.
Y entonces soñè un sueño, un sueño muy real y blanco y seguro, y cuando me despertè me di cuenta que era todo real, pero solo en mi cabeza, y me quise despertar otra vez pero no pude, porque sabia que era un soñador y sabia que nunca habia soñado: estaba todo en mi cabeza, y nunca habia cerrado los ojos, solo estaba un poco loco, un poco famelico y me moria de amor, y de hambre.